Arte

El Efecto Matilda: Delhy Tejero

Sus pinturas son como un mapa abierto en busca de nuevos caminos; hecho favorecido por una independencia total que le permitía entrar y salir con total naturalidad de escenarios tan distintos como el realismo, el cubismo, el surrealismo, el muralismo, los esmaltes e, incluso, las vidrieras. Para ella la libertad era hacer lo que sentía

Delhy Tejero.

Delhy Tejero.

Unos días antes de su triste despedida escribía en su diario Delhy Tejero: «Tengo curiosidad por todo. Hasta la muerte quiero arreglarla». Era el mes de octubre de 1968 y la pintora zamorana fallecía poco tiempo después a los 64 años dejando toda una vida plasmada entre aquellas páginas junto a dibujos, pensamientos, y anotaciones de gastos diarios. Los ‘cuadernines’, como Delhy los llamaba, fueron tan importantes para ella que desde 1936 y hasta el último día nunca dejaron de acompañarla, eran el único desahogo para un espíritu inquieto que nunca parecía encontrarse satisfecho.

En realidad son todo un lujo leerlos, rara vez podemos adentrarnos en el alma de un artista con tal detalle.

Su vida fue un ir y venir entre la tristeza y la alegría, una búsqueda constante de la felicidad, y esto sólo conseguía alcanzarlo con la pintura, aunque ésta fue también el motivo de su más angustiosa desdicha, hasta el punto de que esa insatisfacción la llevó a destruir muchas de sus obras.

Se ha dicho que Delhy Tejero tenía una personalidad fuerte y compleja, contradictoria y obsesiva, ella misma se definió como «incansable, joven, hambrienta, indomable, caprichosa, mística, profana, andariega, quieta, sabia, ignorante, desordenada, amiga del orden», pero sobre todo era una absoluta inconformista tanto en la vida como en el arte.

La muerte de su madre la marcó para siempre, nunca consiguió superar su ausencia, así que la pintura fue para Adela, que es como en realidad se llamaba, un refugio que llegó de manera espontánea. Aquellas primeras clases de dibujo en su Toro natal pronto buscaron miras más altas y su deseo de estudiar arte en Madrid llegó en 1925 al ingresar en la Academia de Artes y Oficios y un año más tarde en la prestigiosa Escuela de Bellas Artes de San Fernando gracias a dos becas. Cuatro años después el ministerio retira esas ayudas, su situación económica no le permite seguir allí pero decidida a continuar en la capital con sus estudios se presenta en varias redacciones de revistas para ofrecerse como ilustradora, comenzando a trabajar en Blanco y Negro, Nuevo Mundo o La Esfera. Esa libertad económica le permitió hospedarse en la residencia de señoritas dirigida por María de Maeztu, donde se relacionó con todo tipo de intelectuales y artistas: Lorca, Alberti, Clara Campoamor y, sobre todo, con la familia Valle-Inclán, Josefina Carabias y Marina Romero.

Se podría decir que es a partir de 1929 cuando su historia como artista empieza a escribirse, ya que, atraída por la cultura india, decide cambiar su nombre y firmar como Delhy Tejero. Esas ganas de seguir aprendiendo y experimentando la acompañan durante toda su vida y los viajes serán en este sentido el mayor estímulo. Su primera salida a París y Bruselas la llevan a estudiar los procedimientos industriales de la pintura mural y a su regreso es nombrada profesora interina de esta disciplina en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, además de montar su propio estudio. Aunque ya es conocida como ilustradora será con su primera exposición individual en el Círculo de Bellas Artes cuando le llegue el reconocimiento como artista al presentar una serie de proyectos de pinturas murales, lienzos de gran formato y una colección de dibujos conocidos como Brujas o duendinas en los que investigó con diferentes medios experimentales como la decalcomanía, técnica cuya creación se atribuyó erróneamente a Óscar Domínguez en 1939, cuando Delhy Tejero ya la había usado anteriormente.

El cuadro ‘Madres de la guerra’, de 1937.

El cuadro ‘Madres de la guerra’, de 1937. / D. T.

El inicio de la Guerra Civil la sorprendió en Marruecos, pero cuando consiguió volver a España no pudo incorporarse a sus clases en Madrid, así que se quedó en Toro como profesora de dibujo, mientras también atendía encargos de murales en Salamanca y Burgos. Esta faceta suya de muralista es especialmente significativa sobre todo por el hecho de ser mujer, los grandes formatos no eran apropiados para ellas, pero en ese anhelo de querer ser la mejor pintora del mundo los lienzos no eran espacio suficiente para plasmar todo lo que surgía en su imaginación así que el mural fue para Delhy Tejero el medio idóneo en el que poder dar forma a todos sus deseos, que como ella bien decía eran igual de grandes que sus sueños.

Horrorizada por vivir en un país en guerra, en 1937 consiguió un salvoconducto especial para viajar a Florencia con la intención de ampliar sus conocimientos sobre muralismo. Como un alma errante estuvo en Nápoles y Pompeya, Capri y de nuevo París, donde toma contacto con los surrealistas entrando en el círculo de André Breton y exponiendo con Joan Miró, Man Ray, Chagall, Klee y Remedios Varó.

Sus pinturas son como un mapa abierto de esa pasión por explorar nuevos caminos pues entra y sale con total naturalidad de escenarios tan distintos como el realismo, cubismo, surrealismo, murales, esmaltes y vidrieras, un síntoma más de su independencia total, para ella la gran libertad del artista era poder hacer en cada momento lo que sentía o quería . «Yo no busco, encuentro», afirmaba cuando le preguntaban sobre su trabajo.

Con el fin de la guerra y su vuelta a Madrid su actividad artística es imparable con importantes encargos como la decoración de la Iglesia del Plantío, del cine del Palacio de la Prensa y del Banco Popular Español, o diferentes retablos en Almería, Huelva, Badajoz y Jaén, además de participar en multitud de exposiciones y bienales, destacando que en 1953 fue la única mujer que participó en la primera exposición sobre arte abstracto realizada en Santander. Esa pasión por el arte no le impidió realizar los murales para la Tabacalera de Sevilla, incluso estando ya muy enferma.

¿Qué pensaría al saber que hemos leído sus queridos ‘cuadernines’? Incomodidad, vergüenza, seguramente se sentiría desnuda, aunque en esas incongruencias que formaron parte de su vida también estaría satisfecha y feliz al ver hoy aquí su nombre escrito en letras tan grandes como lo fueron también sus sueños.

Tras su fallecimiento, y gracias al impulso de la familia, en 1971 fue inaugurada en Toro la casa-museo Delhy Tejero, el primero dedicado a una mujer artista, que cerró en 1987 por la falta de apoyos institucionales, esperemos que su nombre vuelva a resonar con tal fuerza que aquellas puertas vuelvan a abrirse de nuevo.

Arriba y a la izquierda, una fotografía de Delhy Tejero; a su derecha, el cuadro ‘Madres de la guerra’, de 1937, y abajo, junto a estas líneas, un ‘Autorretrato’ de 1945.