Horizonte de sucesos

Mujeres imaginarias

Pedro Pujante

Pedro Pujante

En la literatura ha habido una tendencia a soslayar la figura de la mujer como heroína, como protagonista central. Desde el primer libro de la Biblia u Homero, la silueta femenina se ha fraguado como un ente que encarna la culpa, que permanece al margen, un objeto decorativo descarnado, bello sí, pero inerte y que no disfruta de la misma estimación que su compañero: el héroe, el desposeído natural, el luchador aguerrido, y en definitiva, el protagonista central.

Hay una categoría de personajes femeninos ficcionales que han sido delegados a un orden todavía más lateral si cabe que su propia realidad de ficción. Mujeres imaginarias, fantasmas inventados por fantasmas, criaturas soñadas o figuradas por los personajes de ficción dentro de la propia obra literaria. Sueños de sueños. Hijas de Dulcinea, mujeres que fueron soñadas por personajes de ficción.

«Siempre quise a Paulina», nos confiesa el narrador al inicio de un cuento de Bioy Casares titulado En memoria de Paulina. El amor es aquí el motor que impulsa a un hombre, que todo lo puede, como diría Ovidio. Estamos hechos de amor y poco más. Ese poco más es quizá lo más superfluo.

Recordemos la situación que propone el relato de Bioy Casares: un amor irrealizado, que se trunca por diversas razones, entre ellas un viaje al extranjero, celos, un tercero llamado Montero. El viaje se alarga deliberadamente para poner tierra y desmemoria de por medio. El amor es ese capricho que suele ser eterno pero a veces el tiempo lo convierte en una broma de mal gusto. Cuando nuestro héroe vuelve de su dilatado viaje, decíamos, el recuerdo de Paulina le asedia. Llueve, la tarde está fresca y ella, inopinadamente, le visita. Pero pronto se pierde en la calle de lluvia y melancolía. Ella le ha hablado de un modo extraño. Él no se reconoce a sí mismo en el espejo y toda la situación está revestida de una rara impronta.

En realidad, ni Paulina le visitó ni llovía aquella tarde. Todo, la lluvia, su propio rostro deformado en el espejo y la presencia fantasmal de Paulina son productos de la mente de Montero. Toda la secuencia de acontecimientos ha sido una proyección, «una horrenda fantasía» del otro, del amante: Paulina era un fantasma ajeno, producido por la mente de un vivo. Por primera, que yo sepa, en la literatura, la mujer amada es un espectro que nace del recuerdo vago de otra persona.

El autor de este memorable cuento fue asiduo al asunto de la mujer imaginada. Recordemos esa otra historia de amor que sucede en La invención de Morel. El hombre que llega a la isla se enamora de una proyección que, cada día, regresa en un ciclo interminable de rutinas y repeticiones. Y quizá en ese amor recurrente y tenaz se resuma toda nuestra existencia. De hecho llega el narrador a exclamar que no estaba muerto: ¡estaba enamorado!

Es posible que todas las mujeres que imaginó Adolfo Bioy Casares fueran la misma. El amor, al final, es el deseo fantasmal que habita nuestras propias fantasías. O como en el cuento de Bioy Casares, las fantasías de otro.

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