Luto

La despedida de Pepe Lucas: el adiós de sus amigos

Los restos del pintor descansarán en el camposanto de Cieza, su pueblo, que ayer decretó un día de luto oficial en memoria del artista

Ángel Haro, Miguel Massotti y Emilio Morales se despiden de Pepe Lucas en las páginas  de La Opinión con tres textos que loan al artista, pero también al hombre

Ángel Haro, Pepe Lucas,  Miguel Massotti y Emilio Morales en una visita a la casa del artista en Cieza.

Ángel Haro, Pepe Lucas, Miguel Massotti y Emilio Morales en una visita a la casa del artista en Cieza. / L.O.

Asier Ganuza

Asier Ganuza

Cieza perdió, en la noche del pasado lunes, a uno de sus vecinos más ilustres; a un artista, Pepe Lucas, que, aunque renegaba de los localismos –e hizo la mayor parte de su carrera en Madrid–, siempre llevó consigo el nombre de su pueblo. Y, de hecho, y aunque pidió expresamente que no hubiera ceremonia de ningún tipo en su despedida –ni en Cieza ni en ningún otro sitio–, sus restos descansarán en ‘casa’, en el panteón familiar del Cementerio Cristo del Consuelo. Así lo indicaron a esta Redacción fuentes cercanas al pintor, que el pasado miércoles sufría un accidente que ha acabado resultado fatal.

Tenía 77 años, aunque sus amigos le recuerdan, hasta en sus últimos días, «temperamental, rápido, locuaz, fresco y lozano, como si todavía fuese el muchacho que recorría las calles de Madrid a principios de los setenta», apunta el galerista Emilio Morales. Pero una rotura de cadera, que derivó en «graves complicaciones respiratorias», acabó por decretar el final de sus días.

Lucas, poeta del pincel, mago del color, será incinerado en Madrid, donde residía y donde se encontraba supervisando la retirada de sus murales de la estación de Chamartín, pintados en los años setenta en homenaje a algunos de los grandes nombres de la poesía universal. Y en los próximos días se prevé que su familia traslade y deposite sus cenizas en el camposanto ciezano; acto para el que sus allegados han solicitado «intimidad», siguiendo las exigencias del artista. En cualquier caso, el Ayuntamiento no ha querido pasar de puntillas ante una pérdida como la de Lucas y, al margen de la condolencias que el alcalde, Tomás Rubio, transmitió este martes públicamente a sus seres queridos (en nombre de toda la Corporación municipal), el Consistorio decretó ayer un día de luto oficial. De este modo, las banderas de los edificios de la Administración ondearon a media asta desde las doce de la mañana –y hasta el mediodía de hoy, miércoles– y todos los actos oficiales quedaron suspendidos en señal de respeto. Porque ni él se olvidaba de Cieza ni Cieza se ha olvidado (ni se olvidará) de Pepe Lucas.

Poeta de sueños cumplidos, por Emilio Morales

Buenos Aires

Poeta de sueños cumplidos, estaba enamorado de las obras colgadas en el Museo del Prado, su segunda casa en la capital; la tercera, su estudio, y su sala de estar, el Café Gijón, donde escucho cientos de conversaciones antes de atreverse a decir ni una sola palabra. Pepe, el hombre, el ser humano, siempre preocupado por los suyos, pero los suyos eran además de su familia un buen número de amigos a los que cuidaba y de los que siempre estaba pendiente. ¿Y su trabajo? Dibujar, pintar a diario, echar las horas necesarias sin un antes ni un después, a solas con su pensamiento, su mano nerviosa y firme ante los lienzos o cuadernos. Pintar, pintar y contar historias sobre los versos del poeta: cada cuadro era un homenaje, un reconocimiento un gesto generoso y humilde de admiración por ellos, por los verdaderos artistas, los poetas, sus poetas. 

Hasta siempre mi querido y gran amigo. Habré de echarte de menos, pero te recordaré; será imposible no tenerte, no quererte y no reír contigo, como siempre.

Ciezano de dinamita, por Miguel Massotti

Cuando Miguel Hernández nos describía en los Vientos del pueblo como «murcianos de dinamita / frutálmente propagados», no había nacido Pepe Lucas, pero qué manera de clavar el verso.

A Pepe le gustaba llamarse «volcánico», para justificar sus baladronadas, que maquillaban al sensible y tierno corazón que nos hablaba de su Maruja y sus nenes con la preocupación que tienen los buenos padres, en el buen sentido de la palabra ‘bueno’.

Fue discípulo de un único maestro: Juan Solano. Escultor y pintor malagueño que apareció por Cieza después de la Guerra, para recuperar y reponer patrimonio, con tres hermanos suyos. Él fue quien canalizó el torrente creativo de Pepe Lucas.

Estuve con él en boda de torero (su Rafaelillo del alma); también en el Café Gijón, donde se ganó el puesto en las tertulias de intelectuales y artistas, con su fuerza telúrica espiritual. Sepan que cuando llegó a Madrid siendo nadie, se presentó allí y pensó para sus adentros: «En seis meses, me siento con ellos». Lo consiguió en tres.

También estuve con Pepe en su estudio, perfectamente desordenado y repleto de obra. Allí le dio refugio al cartagenero universal Perico Beltrán cuando no tenía donde caerse muerto, ni dormido. Y Perico le fumaba, con el consiguiente riesgo de que obra, pinturas y disolventes ardieran como un cimitraque.

En la rotonda murciana de los Poetas estábamos entrevistándolo cuando pasó una furgoneta, el conductor bajó el cristal y le gritó con gran regocijo del artista: «¡Pepe, vaya una mierda!». Era genial y divertido, hasta para encajar. Luego fuimos a Alhama a inaugurar el familiar monumento a la industria del jamón.

Al final de este verano, con Emilio Morales y Ángel Haro, hicimos una peregrinación devota de amistad y admiración por él, a su casa de Cieza y dejamos el coche en el Paseo, junto a su más paisana obra. Tuvimos un aperitivo generoso; Haro le dejó una pieza a su hija María, que fue realizando mientras apurábamos charla y cerveza. Fue la última vez… Anunció que se iba a desmontar los murales de Chamartín, para acondicionarlos en la estación una vez remodelada. Era un encargo ilusionante para el artista, ya con limitaciones por la edad, pero refulgente de fuerza creativa, como si su alma ciezana fuera de dinamita. Y allí en Chamartín, con las botas puestas y los pinceles en las manos, es donde emprendió el último viaje, tan ligero de equipaje como dejándonos el alma hecha jirones a los que hemos tenido la suerte de cruzarnos en su camino, pero a favor. Porque ¡ay de nosotros, si nos lo llegamos a encontrar de frente!

Humanidad excesiva, por Ángel Haro

Pepe Lucas ha sido una fuerza de la naturaleza, un minotauro. Un latido indómito que violentó tanto el arte como la vida. Como todo ser excesivo se movió entre la creación y el caos con la entereza de un titán. Disponía de una energía que no puede aprenderse en ninguna academia, una fuerza con la que pulverizó cualquier opinión frente a su obra. Es por tanto difícil una definición de la misma desde una simple posición intelectual, aunque fue un hombre culto, gran lector y amigo de literatos. 

Pero sobre todo fue curioso por naturaleza, compulsivo creador y conocedor de la tradición pictórica clásica y contemporánea. Basta una mirada a su obra para constatar que fue un artista que trabajó desde la ‘víscera’, gestual, dramático, irónico, vinculado a la tradición española del quejío y del esperpento solanesco y valle-inclaniano. Así mismo, fue heredero del expresionismo de Goya y de la mítica del mediterráneo desde Grecia hasta Picasso. 

Le dolía la vida sin resignarse a ser un mero espectador, por eso su obra es sonora y sus silencios gritan sobre los escombros de la tragedia humana. 

Pepe Lucas fue un personaje que pudo incomodar porque también se interpeló a si mismo y eso contagió su trabajo: grandes formato, murales infinitos, exposiciones triples, esculturas imposibles en combate con los materiales, series sin límites, miles de dibujos... Una necesidad de retarse físicamente, de arriesgarse con un atisbo suicida frente a obras con una factura de total libertad. Asumiendo el error como parte insoslayable de la creación. 

Esa actitud entre el éxtasis y la intoxicación hacen de él un artista dionisiaco que no miró atrás, y que embistió las sombras buscando la luz para salir de su propio laberinto. Consciente de que la práctica del arte es tan mundana como sublime, hacía suya la idea de Shakespeare de que en toda obra humana vive el ángel y el demonio, el rey y el pordiosero, el héroe y el villano. En Pepe Lucas todo esto se da sin filtro, y esa es la clave para entender su idea de belleza en totalidad. 

Murió trabajando, mimando su trabajo. No tenía mucha vinculación con sus contemporáneos artistas (que decía le aburrían) pero conmigo siempre fue generoso, brindándome una amistad que disfruté en conversaciones sin fin, en visitas a mis exposiciones y consejos que siempre tomé como un cumplido. Echaré de menos su humanidad excesiva.