Murcian@s de dinamita

Francisco Sánchez Bautista: el cartero poeta

Gonzalo Sobejano.

Gonzalo Sobejano. / Por PASCUAL VERA

Pascual Vera

Pascual Vera

Durante mucho tiempo, la figura menuda de Francisco Sánchez Bautista, a quien podía verse en todo tipo de eventos culturales, se prodigó entre los murcianos.

Don Francisco Sánchez Bautista, Paco para la cohorte de quienes seguimos sus poéticos pasos en tantas y tan gloriosas páginas literarias, nunca fue a la universidad. Pese a ello, fue uno de nuestros escritores más leídos y cultos, glosado, estudiado y ensalzado por nuestros mejores críticos literarios como Gonzalo Sobejano, Miguel Espinosa o Francisco Javier Díez de Revenga, que llegó a dirigir dos tesis doctorales sobre su persona, asistiendo el propio Paco en la UMU, emocionado y trémulo, a ambas.

Vital cantor del paisaje de secano, de la pobreza, que él personifica en la tierra calcinada del pueblo donde vivió gran parte de su existencia: Fortuna. Francisco Sánchez Bautista es el prototipo del poeta enraizado en la propia tierra.

Hace años me dijo que fue la visión de aquellos campos, la que le inspiró buena parte de sus poemas. Una presencia de la tierra que nunca abandonó, evidenciando una unión de naturaleza casi espiritual entre el hombre y el medio.

Sánchez Bautista representa en sus versos no solo a las gentes de su pueblo, sino a todos los seres que, viniendo de la tierra, solo recogen el pobre fruto de la miseria:

A este paisaje recio, el hombre arranca, / su mermada cosecha, día a día. / su lucha contra el cardo en la barraca,/ bajo el sol quema el hombre su energía.

Fue un 4 de marzo de 1957 cuando el joven cartero del municipio murciano de Fortuna abría, entre ilusionado y expectante, un paquete llegado de la barcelonesa editorial Rumbo. No era para menos, el paquete contenía los primeros ejemplares de su obra ‘Tierras de sol y de angustia’, su primer poemario, el libro inicial publicado en su fértil carrera literaria. Una trayectoria en la que su amor a la tierra, el cariño a las personas y una profunda devoción por la palabra han presidido todas sus obras.

Más de medio siglo, toda una vida dedicada a la literatura y al deseo por dejar memoria escrita de sus sentimientos, que Francisco Sánchez Bautista ha expuesto en innumerables poemas que poseen la naturalidad, la verdad y la fuerza de lo auténtico, de lo que sale directamente de las entrañas, sin más aditamento que la palabra clara, contundente, precisa, sin florituras, pero con esa altura lírica que sólo los verdaderos poetas saben imprimir a sus escritos.

Sus únicos estudios los hizo Sánchez Bautista gracias a un profesor de la República, el maestro Lucas, que iba de casa en casa dando lecciones a los niños (todavía lo recordaba el escritor ante mí hace unos años), la precaria escuela donde acudía el niño de la mano de su hermano mayor, una vieja casa con una hermosa palmera en el patio, en cuyo entorno disfrutaba comiendo sus ricos frutos el pequeño Paco. Un paisaje preciso y precioso que luego cantaría en sus poemas.

Me aseguró en aquella ocasión que la poesía es como una religión y me dijo muy quedo: «La palabra lo es todo, si no hay palabra no hay nada».

Epicuro decía: «En el principio fue el caos, pero llegó la palabra y estableció el orden». Ni mil palabras más, maestro, añoramos las suyas, de las que nos dejó huérfanos hace apenas dos años.