Boric con Serrat

El presidente chileno entrevista al cantante de 'Mediterráneo': “El golpe en Chile lo precipita todo en mi manera de ver la vida”

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de los demócratas del mundo el 11 de septiembre de 1973 cuando el golpe militar de Pinochet derrocó el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende

El presidente chileno, Gabriel Boric, entrega una medalla al cantautor Joan Manuel Serrat durante el acto ‘Chile: memoria y futuro a 50 años del golpe de Estado’, en Madrid.

El presidente chileno, Gabriel Boric, entrega una medalla al cantautor Joan Manuel Serrat durante el acto ‘Chile: memoria y futuro a 50 años del golpe de Estado’, en Madrid. / EUROPA PRESS/JESÚS HELLÍN

Joan Cruz

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de los demócratas del mundo el 11 de septiembre de 1973 cuando el golpe militar de Pinochet derrocó el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende

Ese estupor resucitó esta mañana del sábado en la Casa de América cuando volvió a sonar la voz de Allende en sus últimos momentos, cuando ya los militares tomaban el edificio de La Moneda y se acercaba a su fin el protagonista de una experiencia democrática que no tuvo futuro. Fue, diría el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero, un golpe inducido desde fuera. 

En aquel discurso que sonó de nuevo en la Casa de América se escucha a Allende hablar del futuro, cuando vuelva la libertad. Aquella invocación a cuando volvieran los hombres a salir libres a las grandes avenidas, recorrió luego todos los discursos con los que se subrayó aquella fecha. En unos meses tendrá lugar el aniversario. Madrid fue el prolegómeno mundial de ese momento.  

El actual presidente, Gabriel Boric, fue el principal de los oradores, que tuvieron como invitado de honor a Joan Manuel Serrat. El líder chileno quiso hacerle una entrevista ante un público en el que había políticos, como Rodríguez Zapatero, embajadores latinoamericanos, ministros españoles y chilenos y numerosos ciudadanos compatriotas de Allende y de Boric. Todos oyeron esta memoria como si un espejo roto reprodujera de pronto las emociones que llenaron de lágrimas, para siempre, el 11 de septiembre de 1973. 

En ese marco, Boric también invitó a subir al estrado a Gioconda Belli, la escritora nicaragüense desposeída de su nacionalidad por el dictador Daniel Ortega. Ante el gentío, en el que figuraba otro represaliado, el novelista Sergio Ramírez, exiliado en España como Belli, ésta evocó aquel discurso póstumo de Allende, al que también rindió tributo el cantante español Ismael Serrano, que además cantó a Víctor Jara y a Serrat. Un dúo chileno, Emilia y Pablo, le dieron a la música el sabor que aún tiene como aroma central el de todos los artistas citados. 

Bajo unas gafas simbólicas, iguales a las que usaba Allende, discurrió todo, hasta que enfocaron a entrevistador y entrevistado, Boric y Serrat… El presidente había contado que, cuando era un chiquillo, grabó sobre una canción del artista catalán un cuento infantil. Su padre, que cuidaba a Serrat como a un hijo, nunca se lo perdonó. Luego, en la entrevista, quiso que hablara de Violeta Parra, madre del folklore que recorrió el mundo antes y después de que fuera asesinado hasta el recuerdo de Allende. 

Serrat no la conoció, pero no dejó de escucharla jamás, pues ella generó el folklore que harían propio Víctor Jara, Quilapayún o Inti Ilimani. A Víctor Jara no lo conoció cuando estuvo allí por primera y última vez, antes del golpe pero, como éste era un virtuoso de todas las artes, pronto supo de él y, como todo el mundo, vivió el estupor de su asesinato en el Estadio Nacional, donde años después, tras distintas prohibiciones durante los tiempos de Pinochet, pudo actuar Serrat en 1990. 

De aquellos viajes hubo una gran alegría en el primero, cuando fue a cantar en el Festival de Viña del Mar. Pablo Neruda lo invitó a compartir comida y recuerdos en su casa de Isla Negra. “Y conversación. Ahí hablamos de Miguel Hernández, al que él tanto quería, y sobre cuya poesía estaba yo trabajando ya… Me enseñó su colección de conchas, una tarde maravillosa”. Desde lejos, después, fue sabiendo de las distintas acechanzas que sufrió el Gobierno de Allende, hasta los atentados fascistas, hasta el golpe de Estado, “que jamás pensé que se pudiera producir”. 

El 11 de septiembre de 1973 trajo el golpe, “y yo lo conocí”, dijo Serrat, “mientras grababa en Madrid. Me llegó como una bomba, igual que llegaron en seguida las noticias de la represión, de una forma muy trágica”. 

Ese episodio fatal de la historia chilena lo marcó a él hasta ser el centro de lo que sería su compromiso democrático. “Aquel golpe marca las reglas del juego para todos, para mí también. Yo era un cantante popular, cantaba lo que escribía, no profundizaba en determinados caminos, pero el golpe lo precipita todo en mi manera de ver la vida”. El Serrat que conocemos nace ahí, de ese momento dramático de Chile.

Boric quiso saber si había conocido a Violeta Parra, la única chilena que expuso en el Louvre (“sus arpilleras”, señaló). No, Serrat no la conoció, pero supo hasta qué punto marcó la música de tantos, y por supuesto la de Víctor Jara. "¿Y tú crees, Serrat, que la música puede cambiar el mundo?” "Nos hace mejores, como toda la cultura”, le respondió Serrat, “porque nosotros somos dependientes del entorno; nos hace ser mejores colectivamente también, porque es un modo que tenemos de respetarnos, igual que otros valores agitan este mundo, y ahí está la política también manejando lo que somos… Pero”, añadió el poeta, “no vayamos ahora a glorificar la clase política, pero por ahí va la cosa”, dijo en tono de broma a su entrevistador chileno. El público le premió la broma con un aplauso que surgiría más veces durante la entrevista que le hizo Boric. 

Al final, después de que su entrevistador lo recordara cantando con Joaquín Sabina en la escala chilena de Dos pájaros de un tiro, el autor de Mediterráneo y de Lucía (que había cantado Ismael Serrano), le dijo a él (y al público) una vez que Boric lo condecoró en nombre de Chile: “Quiero darle gracias a la vida, como diría Violeta Parra, por haberme permitido que parte de mis sueños se hicieran realidad, y por hacerme la ilusión de que los que no se hayan hecho realidad algún día sean esperanza de llegar a serlo. Como dice Zapatero”, añadió, “yo tampoco tiro la toalla, porque la toalla es mía”.

Baltasar Garzón, el juez que logró la extradición desde Londres del dictador que ensangrentó la historia democrática de Chile, fue el otro condecorado por el presidente Boric. La Casa de América, como las gafas de Allende, se fueron vaciando de público, pero la emoción quedaba intacta como el 11 de septiembre seguía sobrevolando el espacio lleno de la historia manchada de estupor que fue aquel tiempo de Chile.