Entre Letras

Cuando el olvido habite las palabras

Pedro López Martínez.

Pedro López Martínez.

Francisco Javier Díez de Revenga

Pedro López Martínez (Moratalla, 1967) ha publicado en Sevilla (Renacimiento) un intenso libro de poesía con el enigmático título de Luz en la nada. Pero los enigmas se desvelan pronto desde el momento en que los poemas van descubriendo al lector una incontenible reflexión sobre la vida y el mundo, sobre la existencia, vista desde la atalaya de la evidente madurez. Parece como si el poeta se sintiese obligado repentinamente a analizar por qué permanece en este mundo y por qué están trascurriendo sin parar los días con sus soles, con su imparable fluir. Pero lo cierto que todas estas reflexiones poéticas no son sino un canto a la existencia y a la dicha de respirar y estar vivo. Aunque los desvelos por entenderlo e intentar explicarlo conduzcan al poeta a preguntarse por el destino, por esa meta a la que se aproxima imparable.

La dicha de vivir y la suerte de estar vivo lanzan al poeta a una sucesión de íntimas y serenas celebraciones que va trasmitiendo a través de templados y pausados himnos. El mar con su misterio, y la luna, sobre todo la luna, siempre presente desde que el mundo es mundo, son objetos de atracción como lo es la amada dormida, pausadamente contemplada desde el insomnio inevitable que, aun así, provoca el intenso placer de la felicidad compartida en la serena visión del trascurrir de los días y de las noches. Sin duda, hallamos en este libro de poemas encuentros que no han de sorprender al lector, porque están escritos desde la madurez y desde la serenidad de la emoción vitalista que define todas sus composiciones.

Está muy claro cuál es el objetivo del poemario, y Pedro lo ha manifestado en el título, Luz en la nada, que queda muy bien definido en un poema, antológico sin duda, que comparte su denominación con el propio libro. Cuando habite el olvido, cuando su paz lo presida todo, cuando el olvido descubra los recodos del deseo y las regiones inciertas, entonces, solo entonces, habrá luz en la nada. Pero antes habrá que recorrer muchas estancias, muchos poemas admirablemente construidos, algunos con la levedad del heptasílabo bien acordado, otros más extensos, pero siempre bien forjados... Y habrá que visitar los espacios creados por la imaginación del poeta que se preguntará una y otra vez por la existencia, por la sorpresa de la vida, por el placer de vivir, pero también por la magia y el misterio de esa palabra poética que sea capaz de desvelar ese mundo interior que Pedro contiene en su propia identidad, reflexivo habitante de un mundo que no cesa en su definitivo e imparable caminar. Y surgirá la rosa, como no podía ser de otro modo, para avisar de la brevedad de los días y de la fugacidad del tiempo. Y la luna permanecerá con su luminosa eternidad misteriosa enviando su propia luz a esta nada que es definitivamente el diario vivir del habitante de un universo atractivo a pesar de todo.

Existir es la fuga de este ahora y haber nacido y sobrevivir es el misterio más alto que se puede sentir desde el imaginario personal del espacio propio, hacia la luz que es un destino irreprochable. Vivir cada día y escribir palabra tras palabra para decir el gozo de la existencia, a pesar de todo, es la misión del poeta, del poeta mayor, que no aguanta falsos ídolos ni axiomas equívocos. Y son las palabras, lacónicas, que presiden los poemas, las que marcan el camino de esta singladura reflexiva que Pedro propone a su lector: instante, reloj, vuelo, destino, fuga, desamor, pereza, certeza, amor, poeta…

La trayectoria poética anterior de Pedro López Martínez garantizaba con seguridad su calidad como narrador, como estudioso de la literatura, como poeta, pero este libro lo que logra no es añadir ni confirmar nada, sino mostrar que su palabra poética está viva, y su pasión por la vida y la supervivencia del presente, merecen los detenimientos que cada poema muestra en los gozos de esa existencia que, si bien continúa con sus horas, sus días y sus años, merece ante todo ser vivida y respirar las dichas que aún puede proporcionar al poeta sin duda, pero también al lector. Sin duda confirma Pedro que la suya es una poesía elevada por su originalidad constructiva, por su innovación temática y sobre todo por haber logrado forjar un estilo personal y propio basado en un lenguaje poético exigente, sereno y reflexivo, que se adapta a las cuidadas construcciones poemáticas que conjuntan un libro tan sólido y cohesionado, con una sostenida marca personal de estilo, mantenida desde el primer al último poema.

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