Así, con ese nombre tan de ‘allende’ y con esa cara tan racial, se presentó un día en mi casa esta chica acompañando a su madre, la venezolana Annie. Claro, ante una imagen tan exótica como la de Diosmary era imposible que no se me despertase el impulso de retratarla. Bueno, digo impulso, cuando en realidad lo que a veces me sucede ante personas como ella es que siento la necesidad de fotografiarlas. Después, al resultado de esa especie de obsesión personal le llamamos retrato, pero, se llame como se llame, lo que verdaderamente me motiva a hacerlo tiene mucho más que ver con ese misterio que siento ante el rostro de cualquier persona; y si, encima, esa persona tiene unas facciones fotogénicas o un rostro exótico como este de Diosmary, pues mejor que mejor, pero creo que no hay nada que pueda tener más interés para ser fotografiado que un rostro humano. Sí, ya sabemos que, desde otros puntos de vista iconográficos, más que ese quién, interesa el cómo, el por qué y hasta el cuándo. Del 23F lo que ahora todos referenciamos es a Tejero subido en la tribuna del Parlamento, levantando su brazo izquierdo, mientras con su mano derecha sujetaba una pistola y ordenaba a gritos que todos se tirasen al suelo; en cambio, lo que ahora no tendría tanto valor histórico o documental sería ver un retrato del mismo Tejero realizado el día antes de su asalto al Congreso de los Diputados. Efectivamente, estamos de acuerdo en que la fotografía de hechos y situaciones es un documento gráfico de primer orden -imaginad lo que hoy supondría poder ver una foto de Cristo en la cruz o el mismo abrazo de Moctezuma con Cortés cuando este entraba con sus hombres en Tenochtitlán-, pero a uno, más allá de los hechos que nos sitúan en un espacio y tiempo concretos, le interesa el mundo interior que refleja la mirada de cualquiera que nos mire, su misteriosa existencia, la realidad de sus facciones, su pelo, su cuello, el leve rictus de su boca, sus ojos semicerrados por la luz, lo que ese rostro tiene de historia no contada… Imaginábamos antes la foto del abrazo en el encuentro de esos dos mundos tan alejados en aquellos momentos como el de un aventurero conquistador frente a un emperador, pero ¿y la Malinche?, ¿qué mirada tendría aquella mujer indígena que enamoró a Cortés y que tanto le ayudó para conquistar el imperio mexica? Pues algo de ella puedo ver ahora en Diosmary.