Cuando este cronista estudió Historia, el cartagenero José María Jover Zamora era todo un referente entre nosotros, que aspirábamos a ser, con el paso del tiempo, unos humildes historiadores. Jover Zamora fue uno de los más importantes especialistas en historia política y social, tanto de España como de Europa, en las épocas moderna y contemporánea. Su labor investigadora fue amplia: publicó numerosos libros y artículos, dirigió docenas de tesis doctorales e impartió abundantes cursos y conferencias en Universidades e instituciones.

Entre los años cuarenta y sesenta desempeñó funciones docentes en Ciudad Real, Universidad de Valencia y CSIC. En 1963 consiguió el Premio Nacional de Literatura, accediendo a la cátedra de Historia Moderna de España de la Universidad Complutense de Madrid, y en 1974, de la de Historia Contemporánea Universal de la misma universidad, de la que fue profesor emérito desde 1987.

José María Jover Zamora había nacido en Cartagena en 1920. En 1992 se le concedió la Medalla de Oro de la Región de Murcia. Un año más tarde fue nombrado Hijo predilecto de Cartagena. En 1975 recibió el encargo de dirigir la Historia de España que había fundado Menéndez Pidal, modernizando y ampliando el plan de éste. Muchos de los grandes maestros de la historiografía en España fueron discípulos suyos.

Reconoció a Galdós como su primer maestro de Historia de España: «Pero mi concepción ética de la historia, mi concepción de la historia de España corno historia del pueblo español, mi solidaridad visceral con el pueblo anónimo que vive, trabaja, lucha, fecunda y muere —para descansar en la tierra de fosas comunes que nadie recuerda—, todo ello es algo que he recibido de forma inmediata de Galdós. Y en el fondo de los mismos hontanares en que Galdós bebiera: su cristianismo, su talante liberal —expresado y vivido más como respeto a la libertad y al decoro del prójimo que como afectada observancia de unos principios de escuela—, su aceptación de la virtualidad conductora de la historia, rectificadora de la historia a través de una apelación ética, que subyace en el pueblo, quiero decir en los humildes, en los que mueren sin dejar su nombre en ningún manual ni en ningún bronce.»