Víctor Manuel Romero Romero acaba de volver de Méjico y estará por su tierra galilea durante unos días. Cada vez que viene se revoluciona un poco el pueblo, todos lo paran por la calle. Le gusta regalar abrazos. Yo aprovecho para visitarlo en casa de sus padres, Hilaria y Manolo, que ayer celebraron sus bodas de oro. Víctor estudió Historia del Arte en la UMU, Música en el Conservatorio y Dirección Teatral en la ESAD, desde niño tocaba el saxo en la Banda Santa Cecilia y hacía teatro en el Grupo de La Aurora. Siempre implicado en la cultura y apegado a sus raíces pero con crecientes ansias de volar. Durante años ha trabajado en el mundo de la moda y ha vivido a pie entre Méjico y Milán. Una importante marca italiana lo nombró director comercial para América Latina.

Con el confinamiento se encerró con su pareja en su casa de Méjico y se reinventó. Primero creó Cocktail Collection, una empresa para hacer feliz a la gente en sus casas, enviándoles los más variados combinados, listos para servir con hielo, ahorrándoles la preparación y el tener que comprar las botellas enteras para su elaboración. Sencillo pero muy detallista, bastante sibarita y siempre emprendedor, Víctor dio en el clavo con esta fórmula. Pero su mente inquieta ideó en esos días de pandemia otro proyecto que le ha cambiado la vida: «Lejos de mi familia, siempre he añorado las comidas compartidas y por eso una de las cosas que más me gustan de Méjico es su tradición en torno a la mesa. Me di cuenta que estos momentos siempre son tan especiales que había que enriquecerlos y vestirlos para la ocasión». 

En Quesada (Jaén), su abuela María Jesús había sido sastre y él aún recuerda que, de niño, le enhebraba las agujas y se quedaba embobado viéndola trabajar, «aquello para mí era algo mágico, yo tenía mucha conexión con ella y también con mi madre, que siempre ha bordado, hecho ganchillo y molde. Suelo decir que quiero heredar el traje de huertana que ella se bordó», me dice. A Mesa Puesta es un reencuentro con esta tradición familiar que le ha permitido seguir en contacto con los tejidos y seguir desarrollando su pasión por la belleza y la elaboración artesanal. «Aproveché tanto tiempo disponible, sin tener que viajar, para hacerme de unas agujas y empezar a bordar. Está claro que los hombres también lloran y también bordan, lo han hecho durante siglos y lo siguen haciendo en muchas culturas. Hice cosas diversas, hasta que di con la idea de bordar platos de comidas sobre manteles de lino o algodón. Poco a poco fui enseñando mi trabajo, empecé a recibir encargos y finalmente estoy dando trabajo a un amplio grupo de mujeres del barrio, gentes que perdieron su puesto laboral cuando tuvieron que encerrarse en casa a cuidar a sus hijos porque no abrían las escuelas. Ellas ahora están encantadas, se distraen, se sienten útiles y ganan un dinero que necesitan. Hemos creado una empresa cien por cien sostenible que, además, es una familia que va en aumento. Mi reencuentro también ha sido el de ellas, consigo mismas y como comunidad», me dice y me va contando lo encantadas que están y cómo le dan cariño y «no paran de dar gracias, los mejicanos siempre tienen las gracias en la boca». 

Víctor es multidisciplinar, además de lo dicho, también baila flamenco, toca las castañuelas y escribe relatos cortos. Lleva tiempo escribiendo una obra de teatro, con la emigración de fondo, que «es un poco densa y aún tengo que depurarla más, pero me encantaría estrenarla aquí, con los de La Aurora»; yo le digo que sería todo un acontecimiento y le confieso que nunca olvidaré cuando dirigió Agua para chocolate o Las bicicletas son para el verano, dando toda una lección de talento, imaginación y sensibilidad. «Igual que A Mesa Puesta, mi obra teatral también va sobre el reencuentro. Yo sueño con vivir a caballo entre Méjico y España, reencontrándome con esta tierra. Nuestra empresa sigue creciendo, tenemos ya encargos de otros países como Estados Unidos y queremos establecernos en Europa. Estaría muy bien tener una sede en Cartagena o en Pozo Estrecho, con gente de aquí que borde sobre el mantel los platos típicos de la zona».

Gran conversador, me cuenta lo difícil que le resultó sentirse un extranjero, superar los recelos mejicanos ante un español «que venía de jefe», pero «cuando salí fuera, quería que mi gente se sintiera orgullosa de mi, no defraudar a los que me quieren ni a los que confían en mí. Fue duro al principio, hasta me atracaron con violencia, pensé tirar la toalla, pero he salido a flote profesional y personalmente. He hecho grandes amigos y me he implicado en mi entorno. Me salvó la vida mi hermana, cuando me dijo por teléfono que no podía seguir viviendo solo en Méjico, así que me fui a un piso que parecía la ONU o el típico chiste de un español, un alemán, un italiano y un mejicano… y yo siempre hablándoles maravillas de mi tierra y ellos dándome a conocer las suyas. Hacer equipo, hacer familia…».

Se nos pasa el tiempo hablando de corrupción y violencia en Méjico. Le duele el Mar Menor y el medio ambiente, desconfía de las viejas ideologías y me dice que sólo nos salvará el diálogo (y me pone el ejemplo del pacto en Cartagena de su amiga Ana Belén Castejón). Le da miedo el crecimiento de la intolerancia y la xenofobia y que nunca acabe el negocio de la guerra… Viene su madre y le dice: «Venga que hoy comes a mesa puesta».