Salvador Torres Vera, un artista plástico cartagenero al me que une un gran afecto y admiración y algunos kilómetros de caminar juntos en el Grupo ArtNostrum, me recibe, de negro impoluto, como siempre, en su nuevo estudio en Cartagena. Él es uno de los artistas de esta Región que, teniendo ya una larga trayectoria expositiva por toda Europa, aún es considerado como un representante de los jóvenes artistas, de una generación que ya es hora de valorar y situar en la primera página de nuestra cultura regional. Salvador es un gran dibujante, ilustrador, pintor y escultor, comisario, gestor cultural y, además, un soberbio escritor como ha demostrado tras la publicación de El zoo que habitamos, un interesantísimo, sugerente, profundo y subyugante relato, tal vez no suficientemente promocionado, que se publicó justo antes de la pandemia y que no deberíais perderos antes de que publique el segundo volumen, en el que está trabajando en la actualidad. Me interesan muchas cosas de sus dibujos y pinturas, sobre todo la inmensa cantidad de referencias culturales, literarias, históricas, filosóficas, pictóricas y fotografícas que Torres maneja como el mejor de los cocineros, siempre aportándoles su toque mágico y magistral, su carga intelectual, su dominio técnico y un don, como pocos, para la composición.

Es un artista muy amante de los viajes y sus obras también lo son. Había pensado titular este encuentro ‘Plástico de burbujas’, porque me he decidido a fotografiarlo en la zona en la que va envolviendo sus obras para enviar a la multitud de exposiciones que realiza en Europa, en los últimos meses en Suecia y, como siempre y cada vez más, en diversas ciudades de Italia, sobre todo de la zona del Sur. En nuestra Región tenemos algunos conocidos artistas con mucha vinculación italiana, sin duda, Salvador Torres es de los más destacados, y sus exposiciones individuales y colectivas con artistas italianos son cada vez más continuas en aquel país y también aquí. Actualmente expone, por ejemplo, en el Museo Arqueológico de Cartagena y en el Puertas de Castilla de Murcia, en homenaje al cineasta Pasolini. 

Hemos hablado en muchas ocasiones, pero me alegro de que por fin volvamos a tomarnos un café con normalidad. Muy preocupado por sus mayores, durante la pandemia renunció a estos ratos por no poner en peligro a sus mayores. Torres tiene como pareja a Virgina Bernal, otra reconocida artista cartagenera a la que conoció estudiando Bellas Artes en Valencia. Me cuenta que allí empezó a exponer con compañeros, en bares y centros culturales, mientras trabajaba de dependiente en algunas librerías. Él siempre ha sido un devorador de libros. De adolescente ya empezó a dibujar sin descanso, hizo varios fanzines con algunos amigos, como Santi Pagán y Fángel, y pronto empezó a colaborar con la Concejalía de Juventud y Cultura de Cartagena. Se considera afortunado por el apoyo de su familia. De raíces catalanas y manchegas, su padre había sido emigrante, trabajador de la Renault en París y luego de la cartagenera Peñarroya, pero su progenitor también era un enamorado del arte y alumno del taller de Navarro y Luzzy. Me cuenta: «En el 88 gané el Murcia Joven de Cómic con una historieta de la guerra ruso-japonesa de 1904, y entonces ya tenía claro que me quería dedicar al arte y que me gustaba inspirarme en los libros, en el cine que no veía el gran público y en las historias que no me contaban en el colegio, sino que yo descubría investigando en las bibliotecas, historias raras, historia laterales… A mí siempre me ha molestado la historia oficial, el piñón fijo, la pereza intelectual», me dice.

Hasta la crisis de 2008, después de hacer un Máster en Museología, trabajó en varias galerías como Mambara y fue introduciéndose en el mercado, aprendiendo a promocionar y vender su obra, a ir cultivando una clientela y un grupo de coleccionistas… «Me interesa y necesito vender, porque lucho en esta profesión a pecho descubierto, en mi casa no entra ningún sueldo fijo y mentiría si dijera que no hemos pasado por momentos duros, pero nunca hemos tirado la toalla. Pero la necesidad de vender nunca me ha llevado a perder mi identidad, ni mi autenticidad. Me esfuerzo en vender lo que me gusta pintar, para mí la pintura es un modo de vida, pero también una manera de expresarme, una manera de disfrutar con lo que hago, una forma de sacar a la luz pública tantas horas de trabajo en soledad, de investigación y de ideas rondándome la cabeza. Intento no hacer concesiones, no hay que renunciar a lo que uno cree».

Nuestra conversación va de la situación actual de los artistas de nuestro entorno local y regional, al mercado del arte actual, y me dice: «Tenemos que cambiar el chip, los artistas plásticos también debemos introducirnos en un mercado mundial que se apoya en internet y las redes sociales. Aunque no haya coleccionistas en nuestra Región, hoy día se puede estar produciendo aquí, tierra de luz e inspiración, y vender en el mundo. A mí me va bien en Italia, con cuya cultura me siento muy cercano, desde siempre», y me cuenta su pasión por la Transvanguardia Italiana de los 70, aquella alternativa al arte povera anterior, que volvió, entre otras cosas, a reivindicar la pintura y la actualización de los temas clásicos. Por mi parte, yo le comento que veo en sus cuadros ciertos toques de la pintura pop, de la surrealista y metafísica.

Terminamos hablando de No mires arriba y me dice «Si con este artículo no consigues que la gente lea mi libro, al menos que vean esta película, ahí está todo lo que nos pasa. Yo también pinto para que la gente levante la vista del suelo».