La Opinión de Murcia

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Senza fine

Penélope Cruz, Javier Bardem

Penélope Cruz y Javier Bardem.

Este domingo se entregan los Oscar. Algunos periodistas aguardan esta cita con entusiasmo, en sus programas de radio o artículos de prensa se percibe un ambiente ilusionante. Llevan semanas contando los días, comentando y alabando hasta el último plano de las películas en competición como si cada una de ellas significase otra vuelta de tuerca en la historia del cine. En esta fiesta total se echan de menos las voces críticas, un diagnóstico certero sobre esa enfermedad degenerativa que viene sufriendo Hollywood desde hace muchos años. Demasiados.

Varias de esas ramas que nos impiden ver el bosque son las nominaciones de Penélope Cruz y Javier Bardem en la categoría de mejor actriz y actor respectivamente. La euforia de ciertos críticos al ver a dos nombres españoles brillando en el firmamento californiano es entendible, pero puede ser que nos estemos dejando llevar por los sentimientos.

Bardem es una fuerza de la naturaleza, un peso pesado del cine de los últimos tiempos dentro y fuera de nuestras fronteras. Hoy en día es difícil encontrar a una figura tan camaleónica, con una filmografía tan amplia y brillante como la suya. Entró en Hollywood por la puerta grande gracias a su papel de Reinaldo Arenas en Antes de que anochezca, una especie de milagro interpretativo. Bardem, que es (o era) puro músculo, construyó un personaje sensible y sumamente quebradizo. Aquello le valió su primera nominación y la llamada de Michael Mann, Milos Forman, Woody Allen o los hermanos Coen con los que consiguió el Oscar dando rostro y alma a uno de los villanos más fantasmagóricos de los últimos años en No es país para viejos. Ahora vuelve a la carga con Ser los Ricardo de la mano de un personaje con algunos momentos brillantes, pero que tiende a desaparecer y a caer en la caricatura a lo largo del metraje. Cuesta imaginarlo compitiendo por la estatuilla cualquier otro año entre producciones más notables.

Al otro lado del cuadrilátero tenemos a Penélope, un caso paradigmático. Hollywood se ha convertido en su hogar. Protagoniza carteleras y es invitada a programas televisivos líderes de audiencia. Ocupa ese trono de la mujer mediterránea tan exótico en aquellas latitudes y que perteneció en otra época a Sofía Loren. Penélope, al contrario que Bardem, solo tiene en su carrera ciertos destellos remarcables. El grueso de sus interpretaciones revela que se trata de una actriz limitada a pesar de sus muchos esfuerzos. Sorprende que con Madres paralelas haya llegado tan lejos. Se mueve por este penúltimo batiburrillo almodovariano con una falta de naturalidad preocupante, a trompicones, siempre buscando la mirada intensa en cada plano y con unos problemas de dicción inapropiados para la élite cinematográfica. Tanto Pedro como ella están muy lejos de lo que fue Volver o Todo sobre mi madre.

Lo más triste es que la historia de nuestro cine cuenta con actuaciones memorables que podrían haber conquistado los Oscar, pero aquello es un club privado con acceso permitido únicamente para unos pocos.

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