Nueva York vuelve a ser ese torrente de gente de antes de la pandemia. He venido a pasar el fin de semana y ha sido decepcionante ver que la cola para entrar en el MoMA daba la vuelta a la manzana y que los teatros de Broadway lucían el cartel de localidades agotadas. No sé si es demasiado pronto para tanta alegría.

Huyendo de las grandes multitudes termino en el Cipriani de la Quinta Avenida con Central Park. Lo descubrí hace unos años leyendo Historias de Nueva York de Enric González y desde entonces lo tengo en el horizonte. En la entrada digo mi nombre y me hacen pasar a una barra diminuta, muy de película de los años 30, tan bien poblada que se anticipa una velada inolvidable. Mientras me preparan una mesa el barman me sirve un dry martini. El primer trago es como un relámpago. No he tomado nada así en mi vida. Me explica que se trata de la receta de Hemingway: un suspiro de vermut por cada 6cl de ginebra y una rodaja fina de limón. Los ingredientes son muy básicos, me dice, pero la mezcla es un misterio y muy pocos lugares saben prepararlo. El secreto, confiesa, es la temperatura, el vaso debe estar congelado. De lo contrario no habrá ser humano capaz de terminarlo. No puedo estar más de acuerdo. El de anoche en la calle 45 me cayó como un puñetazo en el estómago.

Un camarero me acompaña a mi sitio y no tarda en traerme otro martini. Me coloco junto a la mesa 29, lugar que suele ocupar Woody Allen. Scorsese, De Niro o Di Caprio normalmente se refugian más al fondo. Parece que los estoy viendo a todos. La cena es deliciosa pero lo mejor es el personal. Hacen que me sienta como entre viejos conocidos. Pregunto si es cierto eso que cuentan de los orígenes de Cipriani. Sin duda, me dicen, el señor Cipriani prestó un dinero a un joven norteamericano con problemas de bebida y, años después, ese mismo joven regresó a pagar la deuda añadiendo una suma considerable como agradecimiento. El siguiente paso fue abrir un bar en una callejuela de Venecia por el que pasarían nada menos que Chaplin, Hitchcock, Welles, Capote o el mencionado Hemingway. Amigos peligrosos que diría Peter Viertel.

Pido la cuenta y un último martini. No estoy seguro de si es el tercero o el cuarto. En cualquier caso, estoy a años luz del récord de C. C. Baxter en El apartamento. Seis de una tirada. Cuando levanto la vista de la mesa me doy cuenta de que el Hollywood clásico me ha derrotado de nuevo. Por mucho que corra voy con cinco décadas de retraso. Trato de alargar mi cóctel para permanecer durante unos minutos más en esa atmosfera de Cipriani. Fuera me espera la soledad a varios grados bajo cero, los taxis amarillos y las bocanadas de humo. Una época más reciente pero que yo siento más lejana.