Theodor de Bry realizó en 1590 un grabado especialmente doloroso. Se trata de una mina de plata a cielo abierto situada en Potosí, la actual Bolivia. Unas grandes escaleras ascienden en vertical hacia la montaña. En ella, hombres suben y bajan con la espalda cargadas de mineral. Son esclavos. Van desnudos. La orografía de la colina parece una suerte de infierno medieval, un Dante materializado en el calor de la tierra. Cuatrocientos años después la imagen es la misma. 1986, nuestro ayer. Tanto como decir nuestro hoy. El grabado ha dejado paso a la fotografía. Es Serra Pelada, una mina a cielo abierto en Brasil. Se extrae oro desde tiempos inmemoriales. La instantánea también adquiere los tonos grises, como el grabado. Una marabunta de hombres ascienden por unas escaleras enormes. La imagen provoca vértigo. Están hacinados. Espalda con espalda, la piel brilla por el sudor. Uno no puede escapar de la fotografía porque sabe que es real y a diferencia del grabado, se mueve.

Fotografía de Sebastiao Salgado

Este efecto de encontrar la belleza en las situaciones más dramáticas es lo que Susan Sontag criticó como «estética de la miseria». Pero renunciar a la belleza nunca debe ser un mandato. Sebastiao Salgado lleva cincuenta años fotografiando la desgracia humana, elevando las penurias de los habitantes del mundo a pequeños momentos de arte. Sus obras provocan en el espectador una mezcla entre desasosiego y tranquilidad. Están atrapados los componentes que hacen posible el arte. Y sin embargo duelen. Son fragmentos sencillos de verdad. El Tercer Mundo puesto de frente, en el espejo hipócrita de nuestros días. Una radiografía continua para recordarnos que el siglo XX no ha traído el disfrute a todos por igual, que hay millones de almas que sufren y que esperan alzar la voz.

Sebastiao Salgado también es un viajero. Tiene de su mano la cámara fotográfica, la tecnología puesta al servicio de su mirada crítica. Un Marco Polo con el dedo en la Canon. Un teleobjetivo como pasaporte. Su forma de entender la vida ha sido siempre el nomadismo. El de los pueblos que ha fotografiado y el suyo propio, atravesando fronteras, buscando conflictos. Allá donde estuviera el sufrimiento se escuchaba una ráfaga de instantáneas grabándose en la memoria. Su primer gran libro fue Otras Américas. Antes de eso trabajaba en París en la Organización Mundial del Café. Vida de hoteles, de cuentas y reuniones en corbata. Lo cuenta él mismo en La sal de la tierra. Su mujer le regaló una cámara fotográfica en uno de sus viajes de negocios a África. Le cambió la vida. Dejó la vida de burócrata y salió al mundo con una mochila. Clic y rebobinado. Tras años de expedición, vuelta a casa a revelar. Y las portadas en las principales revistas del mundo.

Otras Américas era como volver dentro de la tierra, el lugar donde se nace. La infancia y el origen. Son retratos espontáneos. Campesinos que muestran sus manos llenas de arrugas, iguales que la sequedad de la tierra. Pueblos que caminan por la cordillera de los Andes para evitar las inundaciones. Madres que buscan a sus hijos. Todos testimonios que encierra dolor, de una punta a otra del continente. Es su América, la de la gente que sigue sufriendo, que ha quedado al margen de los grandes focos mediáticos.

Después llegó el Sahel, el corazón acorralado por el hambre del continente africano. Es su trabajo más duro. El que no necesita palabras para explicarse. El reportaje es un registro de crueldades, de hombres famélicos que buscan agua en mitad del desierto. El blanco y negro pegado a la piel, apenas una pizca de carne y hueso. Es el final del camino de la Humanidad, tan orgullosa del progreso, abandonado a su suerte a millones de personas. Fue el trabajo que puso el nombre de Sebastiao Salgado entre los mejores fotógrafos del momento, pero también significó un recordatorio de que la historia aún tenía heridas abiertas.

Tras el Sahel sus expediciones se multiplicaron. Allá donde hubiese un conflicto Salgado ponía la cámara. Con La mano del hombre y Trabajadores recorrió el orbe en busca de oficios tradicionales. De fondo en sus retratos siempre se encuentran las miradas desoladas, con una cierta costumbre al dolor que las hace dulces. Con Éxodos los hombres se parecieron a las aves migratorias. Es un trabajo colosal que nos recuerda nuestros primeros pasos como humanos, cuando el nomadismo era nuestra forma de subsistencia. En Génesis, Salgado abandona al ser humano y persigue la naturaleza. Viaja a las selvas y a los desiertos, se tumba en el suelo helado del Polo y fotografía a los animales como auténticos habitantes de un mundo sin maldad.

Uno de los fotógrafos que más esclareció las bajas pasiones humanas, la necesidad de ser dañino contra sí mismo, se refugió en la naturaleza y en las especies para encontrar la paz necesaria. Génesis se llamó el trabajo, carente de humanidad y sin remordimientos. El mundo tal y como sería sin nosotros. Bello y transparente.

En blanco y negro.

Libros

Génesis. Sebastiao Salgado. Editorial Taschen

Éxodos. Sebastiao Salgado. Editorial Taschen

Documental

La sal de la tierra. Director: Win Wenders.2014