Quién fue André Malraux realmente? En su trayectoria caben tantas vidas como fábulas. Un hombre que pasó por orientalista sin pisar la Universidad, arqueólogo y saqueador de tumbas, editor de pornografía clandestina, piloto sin haber practicado vuelo, soldado sin coger una pistola, prisionero y héroe de guerra contra los nazis. Lo fue todo en un siglo de espasmo y genialidad, un tipo que partió del comunismo más delirante y que se enfrentó a las barricadas en Gay-Lussac, cuando los estudiantes armaron su fiesta en el Mayo del 68. En la trayectoria de Malraux caben todas esas vidas y muchas más. Su libro de confesiones llamado Antimemorias dejó una de las mejores frases que retratan el siglo XX: «Yo invento historias, pero el mundo empieza a parecerse a mis propias creaciones». Pero sobre todo, André Malraux fue durante toda su existencia un viajero.

Aburrido de París, de las clases que lo expulsaban hacia las tabernas del Sena, leyó en el periódico que un grupo de arqueólogos habían descubierto un conjunto de templos en Indochina, aún colonia francesa (la actual Camboya). Y allí acudió Malraux, haciéndose pasar por arqueólogo, presumiendo de hablar media docena de lenguas orientales y con el orgullo de la única verdad de la que disponía en su vida: la de ser un experto en arte.

Llegó a Banteay Srie como apoyo en las tareas de restauración de templos de Angkor Vat. Allí encontró relieves del siglo X, en los que el dios Shiva aparece como el salvador de la humanidad. De la piedra a su mochila. Intentó cruzar la frontera y unos guardias de las aduanas se dieron cuenta del expolio. Fue condenado a prisión por robo de arte.

Tiempo después, con la lección aprendida y ya libre, Malraux se dedicó a conocer el resto del Sudeste Asiático. China, Vietnam, la India, Malasia e Irán son las etapas de un viaje milenario y exótico, no carente de compromiso. El joven viajero se detuvo en Shanghái. El 12 de abril de 1927, trescientas personas protestaban en la calle cuando fueron masacradas por las tropas de Chiang Kai-Shek.

Esa tarde nació La condición humana, uno de los libros más iluminadores que se han escrito nunca. Pero significó también el despertar también del viajero hacia el compromiso con el mundo. Malraux utilizará la escritura como arma para combatir las injusticias del mundo, con el carnet del Partido Comunista en el bolsillo.

Libros

La Reina de Saba. André Malraux - Ediciones Península

Antimemorias. André Malraux - Editorial Círculo

La condición humana. André Malraux - Editorial Edhasa

Para el intelectual francés, el comunismo también será una forma de viajar. Lo hizo junto a André Gide, el escritor que tras publicar Retour de l’URSS (Vuelta de la URSS) será condenado al ostracismo por la élite europea. Su pecado había sido la honestidad. El viaje de Gide y Malraux por la Unión Soviética había descubierto un país bien distinto al de las promesas comunistas. En las ciudades rusas había hambre y miedo, censura y crímenes, los jinetes del totalitarismo divinizados por los principales escritores franceses, que prefirieron seguir mirando a otro lado mientras hubiese ostras sobre la mesa. Y a Malraux le costó quitarse la venda de los ojos. Ni la expedición con camaradas ni los trenes de famélicas sonrisas le arrojaron la realidad del comunismo. Tuvo que ser España y una guerra perdida quien pusiese en su sitio los sueños de un idealista en su camino hacia la democracia liberal.

Pero antes de España, Malraux viviría otra aventura más propia de las novelas de Salgari que las de un funambulista de la realidad. Ya es el hombre que ha ganado el Goncourt y recibe, a principios de los años treinta, la llamada del director de L’Intransigeant, un diario de escasa tirada que a finales del siglo XIX había tomado partido contra Dreyfus en sus ataques antisemitas. El encargo podía sonar extravagante. Se trataba de descubrir el reino de Saba por medio de una avioneta, atravesando el desierto de Rub al-Jali hasta llegar a la actual Yemen. Bastaba saber pilotar un avión, y Malraux sabía hacerlo, pero días antes, Saint-Exupéry había rechazado el trabajo. Así comienza una de las historias más fabulosas de los viajes del siglo XX, una expedición que necesitaba el libro de los Reyes de La Biblia, un punto de locura y la práctica del oficio de paracaidista.

El relato de aquellos días disparatados se puede leer en La reina de Saba, una obra de apenas cien páginas. Mezcla los escasos hallazgos arqueológicos encontrados, la fantasía propia del escritor y la minuciosa descripción de un mundo casi mitológico, dominado por la historia bíblica y un territorio desierto. Es, de nuevo, una aventura geográfica donde el escritor inventa un nuevo mundo que hace pasar por verosímil. Un mundo que para el viajero insaciable empezaba a quedarse pequeño, hasta que dio con una península al sur de Europa, con una guerra entre hermanos y la necesidad de encontrar a alguien que contara sus historias.

Un hombre que volviese a ser un piloto sin alas pero que llevase tan dentro de sí la necesidad de viajar que fuese capaz de inventar un siglo para hacerse con la inmortalidad.

Todo eso y más fue André Malraux.