Cuenta la leyenda que un caballero musulmán y una dama cristiana sacrificaron sus vidas ante la imposibilidad de vivir juntos su amor. Los dos decidieron lanzarse al vacío desde lo más alto de un risco. Y donde perdieron la vida brotó una fuente, la fuente del Cejo de los Enamorados. Hay quien dice que, en las noches de luna llena, se pueden oír en ese lugar los cascos y el relinchar de los caballos de los que les perseguían y un grito que desde lo más alto se deja sentir hasta perderse en la noche.

Bien temprano llegan los primeros senderistas a este recorrido que transita por la Sierra de la Peñarrubia y atraviesa ramblas y barrancos salvados por estrechos puentecillos. En el primer tramo la vegetación, sobre todo de arboleda, es aún precaria, aunque apunta maneras, ya que en los últimos años se han plantado decenas de pinos y carrascas que van haciéndose hueco en la árida tierra. Junto a ellos, manzanillas, espartos y alcaparras. Estas últimas llegan a invadir por momentos el recorrido. Al volver varias curvas, el ambiente se refresca mientras se cruza un espeso pinar donde se dejan sentir el ruiseñor y el cuco. Y las perdices, con toda su prole, no tienen reparo en cruzar el camino ante los sorpresivos ojos de los senderistas que lo recorren.

El tramo más duro del recorrido es quizás el de las escalerillas. Es el atajo a otro camino que se marcó no hace mucho tiempo y que permite evitar los altos escalones de piedra. Después de varios serpenteos se llega a lo más alto y, por unos metros, el recorrido se hace de forma compartida con la carretera que sube a las antenas. Hay quien evita este tramo del recorrido dejando su vehículo muy cerca de las segundas escalerillas. Quizás porque es la zona más exuberante. Un nuevo puentecillo que cruza un barranco lleva hasta una pequeña caseta que asemeja a un molino sin aspas. De él, por un pequeño tubo sale agua fresca que atrae a decenas de avispas. El hilo de agua es llevado a través de un pequeño surco hasta varios pinos recién instalados.

Indicadores a la ruta del Cejo y a la vía Augusta PILAR WALS

En esta zona los ejemplares de este árbol parecen querer tocar el cielo con sus ramas. Y entre ellas, se puede ver a lo lejos el cauce del río Guadalentín camino al Puente Viejo de la ciudad. A finales de verano se muestra repleto de tarays y adelfas silvestres. Las fuentecillas situadas estratégicamente junto al camino del Cejo de los Enamorados permiten refrescarse al paseante, pero también el riego de los nuevos ejemplares que pretenden repoblar toda la zona. En algunas de ellas, una gavilla de hierro sostiene las asas de grandes botellas de plástico que utilizan los voluntarios que llevan con ellas agua a la nueva vegetación.

Último puente antes de llegar a la zona de las escalerillas PILAR WALS

Y casi a mitad de camino está el mirador desde el que se contempla el Guadalentín rodeado de tonos amarillos de margas, areniscas y yesos. Como queriendo abrazarlo, pequeñas plantaciones familiares, huertos de tomates, patatas, judías, pimientos, pepinos y berenjenas. Y en el horizonte, las sierras del Gigante, Pericay, Cambrón y Tercia, en las que campan a sus anchas especies como el búho real y el halcón peregrino.

Por el camino, los carteles indican dos rutas, la del sendero del Cejo de los Enamorados, pero también la Vía Augusta, en el tramo que va desde Lorca al embalse de Puentes. Pero antes, el viajero deberá pasar por la Villa Romana de La Quintilla. El yacimiento se descubrió de forma casual en 1876. Las excavaciones realizadas desde 1981 sacaron a la luz una villa romana con estancias pavimentadas con mosaicos.

Cabaña de troncos de pino para los más pequeños Pilar Wals

Siguiendo el camino comienza a verse la pared vertical de arenisca del Cejo. Hace años anidaban en el lugar varias parejas de buitres que últimamente han dejado de verse. De los que se pueden contemplar sus rastros es de los jabalíes. Cuenta de su presencia lo dan los calcetines de los senderistas a los que se agarran las cerdas de estos animales. Bajan a beber al caer la tarde a la fuente del Cejo de los Enamorados, como también se han visto algunos muflones del Atlas por la zona. Conejos y tortugas moras, igualmente, recorren el sendero huyendo rápidamente con el menor ruido de pisadas. Y también recientemente se ha construido una cabaña con los troncos secos de los pinos para el disfrute de los más pequeños que llegan hasta este rincón.

El final de la ruta lo marca la fuente del Cejo de los Enamorados. No hay mejor premio que refrescarse con este agua que fluye de las entrañas de la Sierra de la Peñarrubia. Un banco de troncos de madera invita al descanso mientras se respira un intenso aroma a pino y se oye la brisa jugueteando con las hojas de aguja. A partir de aquí, dos son los caminos. El primero lleva a desandar los pasos, y el segundo, a ampliar el paseo por La Quintilla y la Vía Augusta hasta el Pantano de Puentes. La ruta al Cejo de los Enamorados es uno de los recorridos de senderismo más recurrentes de los lorquinos. Sus 4,5 kilómetros, con una dificultad baja y un tiempo estimado de una hora y media, atrae a paseantes, senderistas, deportistas y familias.