Cuenta la leyenda que Alejandro Magno preguntó a los celtas cuál era su mayor miedo esperando que dijeran «¡Alejandro!», y ellos respondieron: «Que el cielo caiga sobre nuestras cabezas». Añadían: «A menos que el cielo caiga con sus lluvias de estrellas allí donde acampamos, o a menos que un terremoto desgarre la tierra (…), no cederemos». Apenas hemos sentido el temblor de 3.3 grados que, con epicentro en Librilla, ha extendido sus vibraciones al resto de la Región. El cielo amenazaba con caernos encima como lluvia de agua, pero el fin en San Javier solo se ha hecho musical, como cada año, tocándonos ceder sin ganas al mandato divino. 

Alguien grita «¡Alberto!», no por temor, sino por agradecerle todo el trabajo al frente del festival durante 24 años. Casi nada. No es de extrañar que los presentes le ovacionen larga y ruidosamente hasta en dos ocasiones como si se tratara de un mesías. Es la despedida de un hombre entregado tras años de meneos de cabeza en su asiento de la cuarta fila junto a su apoyo principal, su mujer, Reme. A ella, a sus hijos y al resto de compañeros -muchos de ellos ya jubilados- les agradece toda la ayuda, el apoyo y el buen hacer con el que consiguieron colgarle el apellido de ‘Internacional’ al festival y llevar el nombre de este pueblo más allá de nuestras fronteras, sobre todo en un año en el que ha supuesto una gran dificultad sacar adelante la presente edición. Recibe pues, de las manos del concejal de Cultura por el PP y nuevo director del festival, David Martínez, un premio como reconocimiento a su extensa y loada labor pudiendo programar «con total libertad». Así lo asegura el homenajeado Alberto Nieto en esta edición dedicada a Chick Corea -por eso tanto pianista-, en la que propone «Spain como himno nacional, ya que el que hay no le gusta a mucha gente». 

No querría cerrar esta última crónica sin sumarme a los elogios de la organización por el cartel de esta edición. El diseñador y publicista Jorge Martínez recurre a la obra de Luis Feito, pues encuentra en ella «la pulsión, la agitación, la tensión, el caos y la libertad de la música jazz». Me recuerda a esos primeros esbozos de figuras naturalistas hechas en ocre sobre los techos y paredes de las cuevas. Pintura y música están conectadas desde la prehistoria. Las primeras pinturas se hallan en lugares apartados y angostos con mala acústica; son pequeñas y de menor detalle. Sin embargo, los grandes salones cavernarios albergan las más vistosas escenas, pues son lugares de reunión que reúnen las condiciones acústicas idóneas para el desarrollo de, llamémoslo, un ‘protoarte’. El auditorio Parque Almansa sería esa caverna; los bisontes de Luis Feito, la caza de ediciones anteriores, y los músicos, aquellos hombres y mujeres liberados de la caza o la recolección por sus habilidades para con el alma y el corazón. 

Hace seis años escribí la peor crónica de este festival. Fue tan mala que no he vuelto a leerla. Recuerdo que lamentaba haberme perdido un concierto de Chick Corea en el Fijazz de Alicante, y aquel proyecto llamado Our Spanish Heart -en referencia a My spanish heart- no me levantó el ánimo. Seis años más tarde en este escenario sigo sin ver a Chick Corea, ni en cuerpo ni en alma. 

Lo de hoy es un duelo de titanes al que está invitado a hacer de Chick Corea José de Josele, hijo del Niño Josele, a su vez hijo del Josele. Demasiado peso sobre la espalda de un joven al que, a sus 12 años, se acercó el pianista para invitarle a desarrollar todo el potencial que veía en él. Abre el concierto con My spanish heart y This nearly was mine. Es innegable la ilusión. Ha pasado de tocar a dúo con su ídolo hace dos años sobre este escenario, a defender sus temas en solitario. Cumple, pero aún no han terminado de hacer efecto los polvos que diseminó Chick sobre sus manos.

Sale, y tras un desorganizado silencio en el que se puede oír hasta una vajilla cayendo en el backstage, entran Carles Benavent, Tino Di Geraldo y Jorge Pardo. Unos minutos después, Tomasito, como diría el flautista, «a hacer lo suyo». En la gran cocina que es para el bailaor este mundo, taconea su fusión entre Fred Astaire, jota, equitación, claqué, flamenco, guasa y todos esos bailes que menciona en su tema Sobreviviré, el cual interrumpe para contar «la alegría que le entró cuando el homenajeado lo llamó para pegar unas pataditas». Salen por bulerías, sin guitarra ni piano ni Chick. Bueno, esos dos instrumentos los hace Carles Benavent y todavía le queda tiempo para meter líneas de bajo. Transitan por Anda jaleo, jaleo y el tema Veloz hacia su sino, del disco homónimo de Jorge Pardo, me imagino que dedicado al finado. 

Queda Benavent a solas con su instrumento. Bajo rasgueado, punteado, lleno de efectos y las varias voces que típicamente suele sacar de su ‘pequeño cuarteto’. Alucinantemente sale por Madrid, tema que no está contenido en ningún álbum de Chick, sino en Agüita que corre, firmado por él. 

Turno de Tino di Geraldo. Se pone a unas ‘tablas sagradas’ que tampoco ha recibido de Chick Corea. Pide disculpas por no tocarlas «del todo bien». Hace lo suyo y un rato después vuelven, por más bulerías -siempre funcionan-, al formato trío que alegra un poco el cariz que está tomando la noche, hasta que caen en tres falsos cierres que muestran una descoordinación absoluta.

Ahora Jorge Pardo solea magistralmente sus Surcos, de su disco Huellas. Otra pista de lo que ocurre aquí. 

Finalmente sale el Niño Josele con dos dedicatorias entre risas: a Jorge Pardo por no haberle presentado y al auditorio por el popurrí que va a hacer. Se marca otro solo de guitarra con fraseos del pianista por fin, y de Paco otra vez. Un momento emotivo y noble.

Recopilando: solo de Tomasito, solo de Carles, solo de Tino, solo de Pardo, solo del Niño. Todos excelentes temas suyos o medleys en los que despliegan los hallazgos de tantos años de experimentación y fusión. En todos demuestran sus inconmensurables habilidades, pero ninguna huele demasiado a Chick Corea, como mucho a Paco de Lucía, aunque sea una redundancia. 

A partir de este momento no volverían a salir del escenario y se irían acercando poco a poco al maestro que decidió abrazar dos mundos cambiando su corazón americano por el español. Se marcan un poderosísimo The Yellow Nimbus. Entre Benavent y el Niño Josele logran hacer andar unos temas que se acercan por la izquierda de Paco a Chick Corea. Cositas buenas, Alcázar de Sevilla y otros temas imprevistos suenan respetuosamente, más por cayo que por ensayo, hasta llegar a Spain, tema bien avenido y deseado por el público. Se dejaron Zyriab, igual porque no entraba por bulerías. 

Tengo la sensación de que más que un homenaje era un reencuentro o casi un concierto de Jorge Pardo. El público lo siente y prefiere un sencillito Spain a experimentos en humanos sin ensayos previos. Una lástima tirar por la borda el trabajo de un festival que deseaba darle un cierre y un homenaje dignos a alguien que hizo tanto por este género y dio tantos buenos momentos a la música y a San Javier, tal y como narra el exdirector del festival, Alberto Nieto. Si nos hubieran preguntado qué nos daba más miedo, un homenaje a Chick Corea o que nos cayera el cielo encima, ahora no tendría ninguna duda en dormir al raso. Podría ver los fuegos artificiales sin miedo a que el año que viene no se repitan. Hasta pronto, San Javier.