Tras la sequía de músi-ca en vivo a la que hemos estado condenados, abría sus puertas -si bien con un programa de circunstancias, que no está aún la cosa para lanzar las campanas al vuelo- la 23º edición del Jazz San Javier. Apertura de lujo con uno de los grandes nombres del género Americana: The Jayhwaks, que visitan el viejo continente, aunque la gira es solo por nuestro país.

Imagen del público que acudió al concierto. | URQUÍZAR

Era el momento de disfrutar, de escuchar a una banda con una de las mejores colecciones de melodías. Conmovedores en su fragilidad, The Jayhwaks son una banda perfecta que se revela más próxima que nunca. Hasta la puesta en escena favoreció la cercanía, como si estuvieran tocando en el salón de tu casa (si le echabas imaginación, claro).

Considerados durante mucho tiempo pioneros del Americana, The Jayhawks han mantenido intacta su credibilidad. El núcleo sigue siendo el mismo: Gary Louris, Marc Perlman, Karen Gortberg y Tim O’Reagan. A pesar de haberse ido el miembro fundador Marc Olson hace 15 años, la banda ha mantenido el nivel de consistencia de discos como Hollywood Town Hall, Tomorrow the Green Grass y Sound of Lies, de los que recuperaron algunas canciones.

The Jayhawks tienen un tintineo, un sonido melodioso que suena a Byrds, Dylan, Eagles, Flying Burrito, Big Star. A veces cambia, cuando la voz de Louris adopta un tono más nasal que recuerda a Tom Verlaine de Television, aunque haya momentos un poco más oscuros. Las armonías vocales resultan deliciosas, y no decae por un instante esa propuesta musical que combina grandes descubrimientos del pasado con intentos de renovación muy logrados y medidos.

Las cuerdas del corazón

Dicho esto, XOXO, su último disco, diverge en gran medida del sonido habitual de rock con raíces de la banda, y encara hacia terrenos más mainstream. Afortunadamente, el cambio no ha tenido efectos perniciosos , y la claridad y la consistencia siguen intactas. Al mismo tiempo, parece que la ausencia de Mark Olson se quiere mitigar añadiendo emoción en las voces, en cada nota y en cada matiz; una ausencia que no les resta capacidad para ahondar en el terreno emocional: dado el predominio de las baladas ondulantes y los medios tiempos, The Jayhawks están bien equipados para tocar las cuerdas del corazón. En Dogtown Days añaden músculo (aunque tenue y momentáneo) en estos Jayhawks relajados e impregnados de un aroma country folk actualizado que se enriquece con las melodías dibujadas por las armoniosas voces de Louris y sus compinches.

«I´m going to make you love me» fue el primer disparo, moviéndose siempre entre medios tiempos y un pop luminoso; Waiting For The Sun estableció el ambiente perfecto; resuenan las guitarras y se elevan las voces. El bajista Marc Perlman es el más cool: permanece impávido mientras proporciona anclaje a la banda y desliza las notas del bajo entre las de la guitarra de Louris, que parece divertirse. El batería Tim O’Regan fue la voz principal en una luminosa Tampa To Tulsa y en la efervescente Trouble. Louris ha crecido como guitarrista y , aunque economizando, se le siente como exquisito solista e incansable dibujante de pequeños adornos bajo una pulida capa de armonías vocales que, junto al aire melancólico, han terminado por convertirse en marca de la casa. Un alquimista del pop, o del country pop; ahí están para acreditarlo I’d run away o la brillante recreación del Bad time de Grand Funk -a la que se incorporó tomando el bajo su road manager, posibilitando que Pellman se colgara una guitarra (sí, con dos guitarras la cosa gana).

Clasicismo

Cada canción rezumaba un clasicismo con el que la mayoría de los compositores solo pueden soñar: estribillos desbordantes y textos en apariencia ligeros constituyen su principal atractivo, y para dar fe de ello ahí están grabados en la memoria colectiva de los fans un puñado de canciones, trallazos antológicos como Blue o Save it for a rainy day, que producen un dulce estremecimiento. También Dogtown Days, de O’Reagan, una alegre canción de pop poderoso.

Louris presentó Living In A Bubble, que recuerda una melodía country de Randy Newman, refiriéndose a lo de la pandemia. ¿Cómo no amar a un grupo que ha creado joyas como las citadas o Tailspin, Stumbling through the dark o Angelyne? El secreto de esa intrínseca belleza natural, musicalmente de una riqueza desbordante, es sabiduría, inventiva y hondura. Y todo tan sencillo, en estructuras que le dan la vuelta a la tradición como lo haría un prestidigitador. Louris, como Leadbelly, consigue que lo sutil parezca naif, algo como la reinvención a gran escala de los Byrds.

Los Jayhawks ofrecieron un concierto diseñado para paladares exquisitos, aunque se echaron de menos los apabullantes pedales de los dos guitarristas para comprender el elevadísimo nivel de exigencia de una banda cuyo único problema ante el público podría ser el deseo obsesivo de acercarse a la perfección y sujetar férreamente las emociones que distraigan de ese objetivo.

Base impecable

Louris jugaba con su Gibson SG alternándola con una acústica, soplaba la armónica, y contaba con el teclado y los coros de Karen Grotberg para que las canciones crecieran un poco más si cabe, sustentado por una base rítmica que estuvo impecable. Esas celestiales armonías vocales, los teclados y el encanto de Karen les permitieron desplegar su manto lisérgico en un pase arrollador. En All the flight reasons pidió que encendieran las luces para ver al público («Ah, ahora ya empiezo a veros», declaró). Trataba de comprobar que el mensaje estaba llegando, y lo pudo constatar en otra balada emocional con piano, Across My Field, impregnada de una melancolía existencial con ecos de Joni Mitchell y Emmylou Harris. Tailspin, abrasadora, llevó al final del set, pero volverían a salir: primero Karen y Louris para interpretar una versión intimista de Settled Down Like Rain.

Tras escucharlos en directo, más aún en estas extrañas circunstancias pandémicas, uno siente que se le expande el alma.