La mujer que retó con la mirada al Ayatolá Jomeini hizo de la guerra un método de vida. Su tarea fue mucho más noble que la de sostener pistolas o cargar obuses. Al contrario, desnudó cada conflicto y lo despojó de épica. Lo hizo con una grabadora, papel y lápiz. Lejos quedaban las murallas de Troya, los conflictos interpretados por héroes donde la muerte más parecía un premio hacia la eternidad. La guerra se masca y duele. Destroza la piel de los países y arrastra consigo la barbarie, la desolación de los pueblos. Gentes atrapadas entre el fuego y el olvido, carros de combate abriendo caminos que bordean fronteras y una delgada línea, apenas una voz, entre las balas y los kioscos de medio mundo. Pero para la mujer que mantuvo el pulso de las palabras a Gadafi en la Navidad del 79 vivir consistía precisamente en contar las guerras. En viajar entre aromas de pólvora.

Oriana Fallaci de corresponsal, con casco de guerra

Oriana Fallaci vivió más de una docena de guerras como corresponsal. La maleta de un periodista de conflictos es confusa. Pocos son los objetos necesarios bajo la intensidad de un bombardeo, o cuando un francotirador juega a hacer diana en los cascos enemigos. Mucho más cuando la función del periodista es transmitir lo que ve, narrar al ritmo de la respiración entrecortada, el peligro que amenaza la propia integridad. La maleta de la Fallaci volvía siempre de cada guerra con un manojo de libretas escritas hasta los márgenes. Vivencias, entrevistas, fotografías y silencios que ocuparían, semanas después, las portadas de los principales diarios de Occidente. A su pesar, la guerra convirtió a la periodista en una viajera empedernida. Su mirada crítica encontró el caos y los sentimientos humanos más primarios. Su viaje fue la vida misma, la muerte a su paso. La de los demás.

El compromiso de Oriana Fallaci desde sus inicios en el periodismo le obligó a salir de su Florencia natal. De todos los viajes que realizó, destaca el que formuló con el nombre de El sexo inútil. Se trata de una crónica y un ensayo, un libro publicado en 1961 que recoge diferentes viajes por el Oriente y Occidente, como si de una conversación se tratara. El motivo delata una necesidad: Fallaci quería conocer de primera mano el testimonio de cientos de mujeres a lo largo de todo el mundo. Viajó a varios países musulmanes, donde describe a las mujeres vestidas de negro, de los pies a la cabeza, negándose a casarse por obligación. También relata el caso de varias mujeres de China y Japón, de Malasia, países en donde el sexo femenino adquiere el grado de irrelevancia. Es un libro que trasciende el combate e invita a la reflexión sentida, como una fotografía tomada en los cincuenta pero que no ha variado desde los inicios de la humanidad y que aún continúa sin moverse. Fue un viaje iniciático, revelador, que demostraba que dentro de cada mujer hay un mundo que quiere liberarse.

Libros

El sexo inútil. En torno a la mujer. Oriana Fallaci, Editorial Mateu

Inshallah. Oriana Fallaci, Emecé

La corresponsal. Cristina de Stefano, Aguilar


Tras El sexo inútil, la corresponsal de guerra llegó para quedarse. El periódico L’Europeo la mandó cubrir la guerra de Vietnam. Siete años de idas y venidas, de expediciones con el Vietcong y con los marines. El sudeste asiático como tablero de juego. La guerra que todo el mundo vio por televisión fue retransmitida en directo por la periodista italiana, lápiz en mano y cigarrillo en la boca, como un bautismo de fuego en donde demostró que su fuerte personalidad se ajustaba a los moldes de la guerra, aunque la hiciesen los hombres y la sufrieran también las mujeres.

De Vietnam a México el salto reveló que el mundo se estaba descomponiendo. En París los estudiantes alborotaban con manuales de guerrilla urbana y en Praga los tanques aplastaban las flores de la primavera. La Fallaci fue hasta México a cubrir los conflictos de la UNAM. En el otoño olímpico, presenció la matanza de Tlatelolco, siendo herida en la plaza de las Tres Culturas. La guerra pasa factura también a los periodistas. Su ascenso en el mundo de las corresponsalías fue imparable. Viajó a la región de Cachemira para testimoniar el conflicto entre la India y Paquistán. Allí donde los países pusieran las balas ella llevaba su cámara fotográfica y sus notas. En el Líbano de los ochenta, de cuya experiencia salió su novela Inshallah, hasta la Guerra del Golfo del 91, su última experiencia como corresponsal.

Pero su mayor logro residió en hacer de la entrevista un arte sutil de desenmascarar los bajos fondos humanos. Se enfrentaron a sus preguntas personalidades tan dispares como Kissinger, Gadafi, Xiaoping, Arafat y Andreotti. Sin duda, la memoria histórica de aquellas décadas guardan el momento en el que, entrevistando al Ayatolá Jomeini, al poco del triunfo de la Revolución Iraní en 1978, se quitó el chador que le cubría la cabeza, después de escuchar comentarios sarcásticos por parte del líder religioso. Jomeini dio por concluida la entrevista, molesto porque la Fallaci le hubiera preguntado por la situación de la mujer en Irán. Fue un instante de máxima tensión que sintetiza la tenacidad de la corresponsal de guerra, su compromiso con su oficio, con los valores humanos en un mundo en perpetua necesidad de destruirse.

Oriana Fallaci hizo de la corresponsalía una forma de vida, y esta le devolvió el conocimiento de un mundo en llamas. Solamente podía ser una mujer quien contara la barbarie de los hombres.