Que hoy podamos ver Nosferatu (F.W. Murnau, 1922) es un milagro. Como el protagonista del filme, la película ha regresado de la tumba, es un filme ‘no-muerto’ que vuelve del más allá para seguir aterrorizando, estremeciendo y asombrando décadas después de su desaparición.

Bram Stoker publicó Drácula en 1897 y su novela rápidamente se convirtió en uno de los mayores éxitos de la historia de la Literatura, quedándosele tan estrechos los márgenes del papel que se convirtió en todo un fenómeno en los escenarios teatrales, desde donde llegaría ya en la década de los treinta al cine con el rostro de Bela Lugosi en el Drácula de Tod Browning. Y, a partir de ahí, su protagonista se convertiría, junto con Sherlock Holmes, en uno de los personajes que más veces ha sido llevado a la pantalla.

Pero, antes que el de Lugosi, se asomó a las pantallas un Drácula que no era tan aristocrático, sino, más bien, «repulsivo» (así lo describe Stoker, destacando la fetidez de su aliento y el vello que cubre las palmas de sus manos): el de un maquillado Max Schreck. El conde Orloff no viaja al Londres victoriano, se conforma con no salir de Centroeuropa y es el propio amanecer quien le sorprende y acaba con él, en lugar de ser atacado por quienes le buscan el pecho con una estaca.

Como nos enseñaron Lo Simpson (lo predijeron todo), si se cambian los nombres lo suficiente no habrá que pagar derechos de autor, pero no fue eso lo que aconteció cuando Florence Bascombe, viuda de Bram Stoker, demandó a Prana Films, la productora de Nosferatu por adaptar sin autorización la novela de su difunto esposo. Cuando ganó el pleito, además de exigir una importante compensación económica (que no obtuvo porque la compañía se declaró en bancarrota), sí logró que se entregasen todas las copias existentes de la película para ser devoradas por el fuego, como un vampiro al que había que reducir a cenizas para borrar todo rastro de su existencia. Y así ardieron todas las copias. ¿Todas? ¡No!, que dirían en cierta aldea gala...

Se salvaron contadísimas copias distribuidas por unos cauces (¡por suerte!) aún no tan reglados como en la actualidad. Sobre todo en Estados Unidos, pero alguna copia circulaba por la vieja Europa, llegando a ser proyectada a comienzo de los años treinta en Austria con un montaje al que se añadieron unas escenas y se eliminaron otras. Su título pasó de ser Nosferatu: Una sinfonía de terror, al no menos inquietante La duodécima hora: Una noche de terror.

Durante décadas la película continuó sepultada en el olvido hasta que ya a partir de los años setenta (y aquí llegan Herzog y Kinsky) rebrota el interés por la obra perdida de Murnau, aparecen nuevas copias que llevaban décadas de reposo en oscuras criptas fílmicas y da inicio un minucioso proceso por conseguir lo que hoy tenemos gracias a un español, Luciano Berriatúa. Historiador y restaurador cinematográfico, en el año 2006 logró completar una magistral restauración de la película que resulta tan soberbia como el propio filme.

El alemán Werner Herzog dirigió su propia versión, Nosferatu, vampiro de la noche, estrenada en 1979 y protagonizada por el inclasificable Klaus Kinsky como el tenebroso conde Orloff, la delicada Isabelle Adjani como etéreo objeto de su pulsión y el siempre grande Bruno Ganz como Jonathan Harker. Herzog compone una película forzada, artificiosa, fuera de su tiempo, como sólo un vampiro puede lograr.

Por completar la ‘trilogía’, merece la pena recomendar una pequeña rareza que los amantes de Nosferatu y del cine dentro del cine sabrán apreciar: La sombra del vampiro (E. Elias Merhige, 2000). Con un estimable reparto (John Malkovich como Murnau y Willem Dafoe como Max Schrek, acompañados de Cary Elwes, Udo Kier o Catherine McCormack), el film recrea el rodaje de la película de 1922 partiendo de la premisa de que Max Schrek era, en realidad, un vampiro auténtico. Lo que obligaba a no poder rodar exteriores diurnos, necesitar una potente iluminación de estudio y, avanzado el rodaje en un remoto castillo, que el director tuviera que decidir qué miembros del equipo técnico y artístico eran prescindibles, porque de alguien tenía que alimentarse la estrella del filme.

Por cierto, en alemán el nombre del actor que encarnó al Nosferatu original, Max Schreck, puede traducirse literalmente como Máximo Susto. En serio.

Así que, si ver Nosfeatu en pantalla grande es un placer, hacerlo en las condiciones en que se va a proyectar como clausura del festival Sombra es un privilegio. Una ocasión única, toda una experiencia audiovisual reforzada por la música en directo, especialmente compuesta para la ocasión por el grupo Los Amigos de los Animales que podrá escucharse mediante un sistema de sonido cuadrafónico, inédito desde los grandes conciertos de los años sesenta y setenta. No se merece menos una película tan importante para la historia del cine, que pone el broche a la décima edición del festival. De hecho, por algo se llama ‘Nosferatu’ el galardón que cada año concede a los profesionales del audiovisual que apoyan este certamen...