Si hay una figura habilitada para hablar de los avatares del movimiento feminista en América Latina es Luciana Cadahia (Buenos Aires, 1982). Los amigos de ‘Cartagena Piensa’, iniciativa que se ha convertido en un referente de la cultura y el pensamiento a nivel regional, me pidieron hace unos meses que explorase la posibilidad de contar con ella para la presente edición de este ciclo de encuentros virtuales, así que me puse en la labor. Pronto conseguí una calurosa respuesta desde su nueva residencia en Santiago de Chile, e inmediatamente sentí la tentación de preguntarle por el Proceso Constituyente que se celebrará el próximo 11 de abril en este país, el primero en hacerse bajo la normativa de paridad de género... Días más tarde me confirmó, esta vez desde Bogotá, que aceptaba la invitación. A la mente me vino entonces la imagen del movimiento de madres que buscan a sus hijos desaparecidos en este país (sabía que lo seguía de cerca). Se me ocurrió que, dada su cualidad de aterrizar los sistemas de ideas en los contextos particulares, podría hacer un paralelo con la experiencia de las Madres de Plaza de Mayo.

Así que, consciente de que se trata de una de las académicas más solicitadas de la actualidad en el continente americano, reuní fuerzas y me animé a pedirle que me respondiera a estas cuestiones en una entrevista. Puse como excusa un diálogo iniciado hace cerca de cuatro años en la Complutense, en el marco de un evento sobre pensamiento populista, interés que nos une, y me respondió casi al instante asegurando que, además, está encantada de volver, así sea virtualmente, a España, país en el que realizó sus estudios de postgrado en la Universidad Autónoma de Madrid. La cita, por cierto, el próximo jueves, a partir de las 19.00 horas, a través de la plataforma Zoom (enlace en www.cartagenapiensa.es).

Cadahia lleva años afrontando la tarea de construir un pensamiento político que se haga cargo de los espacios de la política que suelen quedar fuera del modelo racionalista que se constituyó como paradigma de Occidente. Para ello retoma el legado de Laclau y Mouffe, apostando por lo que denomina como un ‘feminismo plebeyo’; es decir, una construcción que articula los movimientos feministas con los excedentes del campo popular. Así, se consuma un feminismo alejado del esencialismo, un feminismo que asume el reto de pensar las identidades como algo inconcluso desde donde brota la política. De esta manera, la imposibilidad de un cierre transparente y formal se opone a la perspectiva de una democracia procedimental absorbida por el discurso del mercado. Y, paralelamente, se constituye como el punto de partida de una feminización del campo popular que se resiste a la lógica neoliberal hoy imperante. En un contexto de pandemia en el cual los problemas particulares se ven nuevamente arrojados a una universalidad dominada por la lógica de la competencia, el pensamiento de Cadahia resulta fundamental. 

Partiendo de un análisis de la aceleración del proceso de ampliación de la desigualdad a escala planetaria, ¿podría explicarnos el vínculo entre populismo y feminismo desde esa propuesta de ‘feminismo plebeyo’ que aparece en sus escritos?

Las luchas políticas por la transformación social siempre se han dado desde el ‘campo popular’. Mi enfoque, para estudiar este campo, viene de la teoría populista. Y desde allí entiendo que este campo es una articulación política necesaria para profundizar en la democracia; es decir, en la libertad y la igualdad. Y, al mismo tiempo, para poner freno a las oligarquías mundiales que expanden sus políticas de despojo de manera planetaria. Sin embargo, el campo popular, tiene la tendencia de dejar en un segundo plano las luchas feministas. Por esa razón, es muy importante fortalecer un ‘feminismo plebeyo’ que nos permita imaginar una feminización del campo popular. Es decir, articular en pie de igualdad las demandas anticlasistas, antirracistas y feministas.

Tomando en cuenta que usted entiende el populismo como ese poder de transformación proveniente del campo popular, ¿podría precisar un poco cuál es la tradición desde la que encara esa relación con el feminismo?

Me reconozco en la tradición de pensamiento populista latinoamericano que se ha expandido y enriquecido en la academia europea y americana. Lo considero una internacional del pensamiento crítico, con vocación igualitaria y capaz de articulación con las luchas antirracistas y feministas globales.

«No he estudiado mucho la ley española, pero el feminismo será trans o no será»

Pensando en esa «internacional crítica» que ha mencionado, ¿qué expresiones populares destacaría en el contexto actual del feminismo en América Latina y qué tipo de relación reconoce entre ellas y los movimientos feministas en España?

El feminismo en América Latina y el Caribe vive un momento muy interesante por varios motivos. En primer lugar, por su coordinación a nivel internacional tanto en las luchas populares como en las agendas de política progresista. En segundo lugar, porque esa articulación está ayudando a imaginar una política del futuro que sea alternativa al despojo neoliberal. Y, en tercer lugar, porque está sirviendo de inspiración a otras luchas feministas del Sur y Norte Global. 

Creo, en este sentido, que el movimiento feminista latinoamericano inspira a España, como también las feministas españolas inspiran a las latinoamericanas. Estamos en un momento de mucha solidaridad igualitaria entre nosotres [Cadahia utiliza el género neutro]. Pienso, por ejemplo, en la performance del colectivo chileno Las Tesis y otros colectivos del Caribe, el movimiento NiUnaMenos o la Marea Verde. O en liderazgos como el de Francia Márquez en Colombia, Cristina Kichner en Argentina o Verónika Mendoza en Perú.

En su obra suele trabajarse el feminismo como una tendencia emancipatoria y rupturista. Teniendo en cuenta esta idea, ¿podría darnos una apreciación sobre el papel político que desempeñará el feminismo?

El feminismo, ahora mismo, está en el centro de la escena de la política del futuro. Y, en ese sentido, creo que se encuentra en una situación dialéctica. Por un lado, hay fuerzas neoliberales y elitistas que quieren convertir al feminismo en la agenda del futuro, pero, al mismo tiempo, aislarlo de las demás luchas políticas. Es decir, construir un feminismo de élite como barniz ‘progresista’ del neoliberalismo. De manera que este feminismo dejaría intacto el problema de la desigualdad estructural que genera las políticas de despojo. Pero, por otro lado, hay una fuerza plebeya que busca articular al feminismo con las demás luchas contra la opresión. El deseo de ponerle fin al patriarcado, desde esta segunda perspectiva, significa, también, ponerle fin a las diferentes prácticas oligárquicas mediante las cuales unos pocos privilegiados oprimen a las mayorías por su condición de clase, raza o género. Pero, al mismo tiempo, esta corriente igualitaria del feminismo tiene la responsabilidad de retomar un viejo problema moderno: nuestra relación con eso que hemos dado en llamar naturaleza y aprender a trabajar lo que se opone de otra manera.

Para terminar, me gustaría preguntarle acerca del debate sobre la Ley Trans existente en España: ¿Tiene alguna posición tomada al respecto?

No la he estudiado en profundidad y prefiero no pronunciarme. Pero, desde ya, el feminismo será trans o no será.