En pocas ocasiones Murcia se viste tan de novia, tan atractiva, para una cita con la historia y con el arte. La Región se reconcilia con la memoria feliz del Conde de Floridablanca, don José Moñino y Redondo, que nació en esta tierra a veces dulce y otras (las más) olvidada. Ilustre entre los ilustres de un siglo que pertenece al oro de los tiempos; un hombre de ojos azules y jardín en la capital, con estatua en pedestal con percance cronológico (el monumento no corresponde en el tiempo a la escultura) y un temperamento españolísimo que cuenta de una vida en la Corte de Carlos III.

Claro está, me estoy refiriendo a la magna exposición abierta en el Palacio del Almudí y en la Sala de Verónicas que nadie debería perderse y visitar con detenimiento y atención al detalle. La vista y el ánimo en contadas ocasiones puede entretenerse y saciarse, al tiempo, en nuestra Murcia, con las obras de don Francisco de Goya y Lucientes. Poco a poco y de lienzo en lienzo, de objeto en grabado, de abanico y tropel de oro, voy recordando con nostalgia a quien fuera especialista y estudioso del genial maestro, José Luis Morales, director que fue, también, de la Fundación Camón Aznar de Zaragoza.

Me ayuda en el recuerdo su hermano Emilio, que echa de menos un retrato del murciano más influyente de nuestro pasado, que un día descubrió en un museo americano, de Chicago más concretamente, pintado por la mano del italiano Pompeo Girolamo Batoni (1708-1787); podríamos recrearnos en la historia de la obra y su procedencia, pero dejamos el tema en mejores abogados del diablo que nosotros, que nos mueve más un generoso esfuerzo de investigación. El escritor Santiago Delgado también ha utilizado este retrato de Floridablanca en la portada de su última novela. Es lógico y admisible que la formidable exposición que comentamos se haya nutrido y alimentado de obras y riqueza de nuestro patrimonio español, dejando de lado una pieza que no nos pertenece. De agradecer el esfuerzo de instituciones de la administración local, regional y nacional junto a la colaboración privada.

Tanto el Palacio del Almudí como la iglesia desacralizada de Verónicas ofrecen un majestuoso aspecto, didáctico y amplísimo.

Nuestro siglo XVIII, estudiado a través del arte y el patrimonio, en un recorrido que ofrece la gran belleza de autores no tan conocidos como de Goya, que sigue representando la raza española, donde Velázquez fue la pintura y Picasso la juventud de nuestros días y el pasado próximo. Solo los cuadros Juegos de niños del aragonés universal marca el interés de un esfuerzo y un trabajo bien hecho. Esta colección, con sus contraluces de muchachos en agraz, en sombra y fondo iluminado, expresan la calidad con la que nos encontramos. Es evidente que otras muestras de mayor envergadura y potencia artística cautivan nuestra mirada, entre ellas el majestuoso retrato del Conde de Floridablanca o el familiar de la Condesa de Montijo. A veces ocurre que, en tan grande elocuencia, no se nos pasa inadvertido un pequeño detalle, un fondo entrevisto en una pequeña tauromaquia firmada por Antonio Carnicero. Sublime y sutil trozo de tela donde puede adivinarse el camino de la pintura española que estaría por llegar y venir pasadas varias centurias.

La ocasión es trascendente para el conocimiento, para el reconocimiento de España y de la huella de un murciano no apreciado en la medida en la que le haría mayor justicia. Es un conjunto de verdades arquitectónicas, de sugerencias y aspectos sociales y políticos de aquella sociedad que no terminamos nunca de conocer con la profundidad necesaria. En tal sentido aún estamos a tiempo de asirnos con fuerza a la historia que nos precede, al orgullo que sentimos los españoles y, ¿por qué no?, por una vez, los murcianos, de serlo.

Que la memoria del Conde de Floridablanca nos abre camino está a la vista; en una panorámica polivalente y multiplicada en disciplinas al alcance del sentimiento. Dicen que el tiempo pone a cada cual en su sitio, por una vez pudiera creerse.