No es fácil de entender, y mucho menos de explicar, la exposición Místicos que tiene a la ciudad Santa de Caravaca de la Cruz como protagonista. Cinco siglos, del XVI al XXI, en una propuesta que indaga notablemente en las raíces del arte y sus esencias. La excusa escogida es el diálogo existente entre Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y la propia ciudad de Caravaca, conventual por excelencia gracias a estos santos inmarcesibles a nuestras reflexiones más elementales. La intención del diseño de la exposición es mostrarnos (o así hemos querido entenderlo) el lenguaje espiritual del arte y sus representaciones desde un punto de vista a veces sin conexión alguna entre lo expuesto, un conjunto de elementos que tenemos que acomodar según nuestra propia preparación intelectual y conocimientos, en el viaje que se nos presenta ilimitado, casi, a través del tiempo. Decir aquí o analizar, describir, lo que tiene que saberse, entenderse, entre la reliquia de San Juan de la Cruz de sus dedos, traída desde Úbeda, y un volumen de Eduardo Chillida o una creación de Antonio Tàpies, en principio, no resulta fácil, confesémoslo. ¿Todos místicos? Puede ser.

Vayamos creyendo en nociones más universales; el arte le debe mucho, muchísimo en su historia, a la necesaria religiosidad en la que se fecundaba cualquier germen nacido en la pintura o la escultura, en otros elementos litúrgicos. Estamos de acuerdo en ello. Que el proceso del tiempo con sus órbitas sobre el mundo artístico es fundamental para llegar a nuestros días entendiendo un poco del lenguaje plástico al que hemos llegado en nuestros días. En la exposición que nos sorprende por su diversificada notoriedad hay un tanto de espectáculo visual; desde la cabeza del santo llorosa y agigantada, como presidida de una gran tortura, de Santiago Ydáñez, hasta la mínima grafía de Santa Teresa en epístola que pertenece al archivo municipal de Caravaca de la Cruz. Todo es posible entendiendo como cómoda toda libertad de expresión a la hora de elegir los elementos que han de conmocionarnos. Nos estremece siempre El Greco, como lo hace Murillo, Ribera o Alonso Cano, aquel que pone de relieve la diferencia entre estilos en el arte español de su tiempo y el nuestro. También Luis de Morales, tachado de 'divino', nos demuestra el eclecticismo de concepción de la propuesta.

Admiramos todo lo que tiene que ver con una reivindicación de nuestro patrimonio; así se nos guía por la Caravaca esquilmada a través de los siglos. No se nos pasa desapercibida la queja de lo que ocurrió ayer y antes de ayer, en la lejanía de los siglos pasados sin demasiado control público. La visita a la ciudad nos sitúa en la realidad de un profundo sufrimiento de siglos. La reconciliación nos llega de la mano de las piezas maestras del arte español que se nos han prestado desde los museos principales de España; el esfuerzo nunca es baladí y se nos queda un poso de sabiduría general en el alma. Puedo llegar a decir que, visto lo visto, volvemos con un misticismo nuevo a nuestro lugar de partida. No seré yo quien aborde la incompatibilidad de un bordado con una mancha de Antonio Saura o el pespunte de una casulla con el alma del último expresionista radical del siglo XXI; quizá todo es lo mismo y nace de la misma raíz del sentimiento de espiritualidad contenida y desbordada a tiempo o destiempo.

Que no sufra nadie que no haya podido entrar en todos los recovecos de la exposición, que no haya podido digerir todo el conjunto. Es un viaje imaginario, una fantasía creativa, tanto más en el diseño, como en la intención del maestro que pintó un lienzo en el XVI con necesidad de perpetuarse en la historia fraternal del arte. Me encanta sentirme hoy más místico que nunca, irreversiblemente ya. Tengo la sensación de haber sido perdonado en todos mis pecados artísticos.