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Myles Sanko, un soulman de los de antes

-Hace bailar al público del Jazz San Javier con sus ritmos contagiosos, seduce con sus letras y brilla sobre el escenario, impecablemente vestido - Ludovic Beier vuelve al festival murciano al frente de su trío con una nueva mirada al estilo y un swing irresistible

El manouche es un estilo originario de los gitanos franceses que Django Reinhardt se encargó de fusionar con el jazz. Una música para guitarras e instrumentos acústicos que da como resultado unas melodías sencillas al oído, pero complejas a la hora de interpretarlas. El manouche es como el dixieland, y por eso no pasa de moda. Y forma parte, por derecho propio, del paisaje sonoro de Jazz San Javier.

El acordeonista galo Ludovic Beier, que sustituía al saxofonista Charles Lloyd y su cuarteto, volvía cinco años después al frente de su trío con una nueva mirada al viejo estilo y un swing irresistible. Modesto, concentrado en su instrumento, zarandea las melodías, acorrala las notas y dispara ráfagas de pequeños sonidos puntiagudos como agujas de pino. Hay entusiasmo, pero también sentido de lo que conviene en el instante preciso, y feeling constante, compartido con sus músicos y con el extasiado público.

Ludovic desborda virtuosismo y calidad técnica, como demostró en su concierto, que superó con creces todo lo que se podría esperar de ellos. Con su trío acústico (Doudou Cuillerier a la guitarra de acompañamiento, y Antonio Licusati al contrabajo) realizaron un viaje al corazón de una música accesible, enérgica y plena de alegría que compartieron.

El repertorio alternó standards (Song for my father, maravilloso tema de Horace Silver donde Ludovic echó mano de la acordina), algunas versiones de temas populares llevadas al swing, como Every breath you take (The Police), el tema central de El Padrino y composiciones propias ( Brazilian fingers); siempre atentas a la melodía, suenan casi como standards. También hubo recuerdo, c-omo no, para Django Reinhardt (Nuages) mostrando en todo momento su técnica limpia, depurada y sólida.

A mitad del concierto llamaron como invitado a Costel Nitescu, un músico excepcional que saca de su violín un sonido puro y perfecto y una swingeante energía. Nitescu es un virtuoso de formación clásica, uno de los mejores violinistas gitanos en activo. Es discípulo declarado del formidable violinista Stéphane Grappelli, compañero desde 1934 del talentoso y original Django Reinhardt en el quinteto del Hot Club de France.

La asociación produjo maravillas en total armonía, aunque al principio de su incorporación parecía que el ritmo bajaba un tanto. Poco a poco fueron entrando en calor con los pertinentes duelos de violín y acordeón. Nitescu maneja los ritmos raudos con admirable aplomo. Él también puede ser sentimental, casi lastimero, sobre los ritmos lentos, haciendo llorar sus cuerdas y escurriendo la emoción en las canciones más sentimentales.

De la musette a los clubes de jazz, el guitarrista sorprendió scateando con acierto. Para seguir, Ludovic le probó con unas notas de Smoke on the waters, pero lo rechazó con la cabeza para acometer una amable versión de Lady Madonna; la gente le llegó a pedir hasta ‘la Marselleise’, que a buen seguro habrían tocado con tanto respeto como virtuosismo, pero nos quedamos con la duda, como la de saber a qué se refería con la historia de la gitana protagonista del último tema con el que se despidieron.

Actualmente, después de unas décadas en un discreto segundo plano y viviendo de las herencias de sus grandes figuras del pasado (Marvin Gaye, Otis Redding o James Brown), el soul está viviendo un nuevo resurgimiento. Los culpables de este hecho son básicamente jóvenes treintañeros que han crecido recuperando los legendarios viejos discos de sus padres. Gregory Porter, Eli PaperBoy Reed y Myles Sanko serán, o empiezan a serlo ya, los grandes referentes de este género las próximas décadas. Ciertamente Myles aún no es muy conocido por aquí, pero el sabor dejado a su paso fue estupendo.

Furor es la palabra que define el sentimiento que flotaba en el aire. Hace soul de la vieja escuela, sonidos que nos hacen pensar en la mítica Motown, en el northern soul de los allnighters y que le han convertido en el nuevo rey del soul británico. Lo que nadie podría esperar era la solidez y la convicción con la que desplegaría su elegante repertorio, luminoso y optimista, con el que sedujo al público. La gente bailaba en el foso y en las gradas como poseída por la carnalidad de sus canciones.

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Costel Nitescu, al violín, y Ludovic Beier de fondo. R. Mellado

Myles juega entre el espectáculo y el terciopelo, la elegancia pausada y el swing sudoroso. Tiene la voz clásica de la Motown, cruda, dulce y poderosa, y es un soulman de los de antes. La pasión está; la técnica, la calidez se te mete dentro del cuerpo y no hay quien la saque, pero sobre todo aquí ya no se trata de demostrar nada, aquí ya no hay la fuerza adolescente ni el nerviosismo del que empieza; aquí hay feeling.

Myles Sanko es un diamante en bruto. Su música es nostálgica, pero suena a presente, a un soul ya tardío, pero fresco al mismo tiempo, porque no se limita a copiar lo que otros ya hicieron, simplemente toma esas influencias como punto de partida. Influencias que van desde Otis Redding hasta el reverendo Al Green, pasando por James Brown, Bill Withers y, por supuesto, Marvin Gaye.

Ya desde el inicio, marcado por High On You, quedó patente la solvencia de la banda elegantemente trajeada, su empaque y el equilibrio de sonido, en la onda de los pioneros, facturando un soul ‘bastardo’, sin divismos y transmitiendo buenas vibraciones. Desde que salió Myles aportó brillo, impecablemente vestido (una imagen de dandy inglés, pañuelo en la solapa incluido), iluminando cada uno de los temas que regalaba desde el escenario. Desde Shooting star a Come on home o Save my soul, y algunas versiones llevadas a su terreno de las que solo podríamos apostillar algo de ese mix de Mercy, mercy, me y What's going on de Marvin Gaye.

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Myles Sanko derrochó energía e hizo bailar al público del paque Almansa. R. Mellado

Si de sensibilidad y emociones hablamos, hay que reconocer que Myles Sanko sabe perfectamente cómo dirigir al público y hacer que se erice la piel. Consiguió que un medio tiempo, “Come on home”, llenara el auditorio de llamas en un crescendo emocional con el que los asistentes repetían de forma catártica I need you more than you know. Lo mismo ocurrió en So much indeed. Myles mantuvo la mecha encendida a base de hacer partícipe al público en todo momento: temas que se alargaban repitiendo estribillos con una métrica perfectamente empastada hacían mover los cuerpos con sensualidad.

El movimiento de caderas siguió presente en temas como Forever dreamin, que habla de amor, pero con esperanza. Es positividad, y así lo transmite tanto a través de sus letras como con sus ritmos contagiosos, que hacen que el público le secunde chasqueando los dedos. Myles sabe cómo manejar el ritmo de un concierto gracias a su energía y dinamismo, interacción y simpatía. En definitiva, talento, clase y saber estar.

Como les diría Jimmy Rabbitte a sus compañeros de Commitments: «De ahora en adelante no quiero que escuchéis otro tipo de música. Quiero que sigáis una dieta estricta de soul: James Brown para los gruñidos, Otis Redding para los gemidos, Smokey Robinson para los lamentos y Aretha Franklin para todo a la vez». Creo en ti, Myles.

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