Tras su participación durante el pasado año en citas como las ferias Art Londres, Volta Nueva York y la muestra colectiva Words that trasform, vibrate and glow, organizada por la comisaria griega Angela Koulakoglou en la galería Charlie Smith de la capital británica, la artista murciana Concha Martínez Barreto cerró el 2020 con una nueva exposición en este mismo espacio, aunque esta vez de carácter individual: Letters I didn't write, que puede visitarse hasta finales de este mes de enero y que ha tenido una importante recepción en la ciudad.

En los últimos años, esta artista -nacida y residente en Fuente Álamo- ha protagonizado proyectos muy reseñados como los que presentó en la galería Espacio Valverde de Madrid, en Espai Rambleta de Valencia, en la sala Víctor Lope de Barcelona y en el Pabellón de Mixtos de Pamplona. Gracias a ello, y tras ver algunos de sus trabajos en la feria Volta de Basilea, el galerista londinense Zavier Ellis se interesó por su obra y la fichó para Charlie Smith London, lo que le ha permitido introducirse en un mercado no muy abierto al arte español como es el anglosajón y situar sus obras en importantes colecciones de Estados Unidos y toda Europa.

Letters I didn't writte, proyecto en el que la artista se ha volcado durante el último año, parte de la vida y la memoria para ahondar en los mismos temas que subyacen en toda su producción: la dificultad del decir o los afectos. Como en anteriores ocasiones, Martínez Barreto utiliza diferentes medios para configurar una narrativa en la que pasado y presente confluyen: a través de pinturas, unas antiguas cartas encontradas y transformadas, fotografías y escultura, Concha nos habla de la familia, del deseo, de los miedos.

Este proyecto parte de unas cartas, originariamente escritas por una madre a un hijo en 1943, que conforman el díptico A letter to the son and a letter to the daughter, en el que los viejos textos dan pie a la artista para reescribirlos y hablar de su propia historia, quitando de alguna manera lo superficial para llegar al fondo, a lo descarnado. Las palabras reinterpretadas de otra persona hablan de la dificultad de legitimar la propia voz, poniendo de manifiesto un subtexto oculto, no revelado.

En las pinturas de este proyecto vemos también esta tensión entre el deseo de decir y el silencio. Como ocurre en todos sus cuadros anteriores, siempre en un mismo formato bastante pequeño -de 40 por 50 centímetros-, Concha reúne en estos lienzos que ahora presenta en Londres a personajes que originariamente aparecían aislados en antiguas fotografías y que parecen convocados a un encuentro en una especie de paradójica comunidad de solitarios, reunidos en unas estancias inquietantes o en paisajes que con mucha dificultad podrían llamarse hogar o tierra natal. «Las miradas que se cruzan sin encontrarse, el que algunos personajes parezcan observar algo que no está en la escena -que está fuera de campo- y que se encierren en una especie de aislamiento, hace pensar en la idea de un mundo inquietante, de un espacio lleno de misterio y de cosas no dichas, no resueltas», señala.

Además de las pinturas, una escultura de madera de tilo de un gorrión muerto de un tamaño similar al de una persona acurrucada está instalada en el centro del espacio de la galería. El pájaro ha aparecido en numerosas ocasiones en el trabajo de Concha: personajes que se comen uno, aves que pasean por una habitación como intrusos de lo exterior o que aparecen como testigos de las diferentes escenas que presenta la artista. «Hay un evidente simbolismo en las aves en todas las culturas a lo largo de la historia que las ha hecho representar la libertad, la alegría, el retorno de la primavera. El pájaro caído de este proyecto muestra la fragilidad de todo esto, pero a la vez presenta una cierta ambigüedad al tener los ojos abiertos -unos ojos humanizados-, aludiendo a un estado de latencia que mantiene abiertas todas las posibilidades, las de estar vivo y muerto a la vez», apunta la artista. Sin duda su mirada remite a una tradición-que parte de la estatuaria del antiguo Egipto- en la que los difuntos se presentan con los ojos abiertos, como si miraran con esperanza la posibilidad de otra vida.

La importancia de la mirada queda de manifiesto también en las cuatro fotografías de su serie Estratos, que se muestran en la exposición. En estas fotografías la artista abre literalmente un hueco que da paso a otra imagen que las resignifica. «Hay algo en los huecos -en las ventanas- que se abren en estas imágenes que permite verlas como desgarraduras, como heridas, como asuntos no dichos. Se establece así una conexión con la reflexión del ensayista y filósofo francés Roland Barthes sobre la fotografía que parte también de una ausencia (de la evocación de algunas fotografías de su madre, en este caso). Su libro La cámara lúcida termina con una reflexión del autor sobre las vías de la fotografía entre las que está la de que funcionen 'haciendo volver hasta la conciencia amorosa y asustada la carta misma del tiempo'», explica. Como recuerda Fernando Castro en el texto del catálogo que se ha editado para esta exposición, el psicoanalista francés Jacques Lacan ya señalaba que las cartas siempre llegan, sobre todo las que no se han mandado. Hay algo en las pinturas, fotografías y esculturas de esta artista que tiene que ver con ese deseo de decir, de mandar una carta y con las dificultades que entraña hacerlo.