Jaime Lorente se vio, en el momento justo, en el lugar adecuado. La casa de papel reventó -tras su incorporación al catálogo de Netflix- cualquier expectativa imaginable; el éxito de los atracadores con caretas de Dalí fue masivo y global. Se había convertido en una estrella, y su incorporación al cast de Élite tampoco ayudó a bajar la intensidad del foco mediático que le persigue. Porque, en cierto modo, el murciano lo único que quiere es actuar. En más de una ocasión ha reconocido que las consecuencias de la fama no son de fácil digestión para un estómago introvertido como el suyo, y cuando el calor de los flashes aprieta, volver a casa es la única opción posible. Solo que 'casa' no es Murcia; 'casa' es el teatro.

De ahí que el joven intérprete sea incapaz de ocultar su emoción -ni sus «nervios»- por el estreno esta noche de Matar cansa en la sala principal del Teatro Kamikaze de Madrid, donde estará hasta el día 22 de noviembre. «¡Me invaden las ganas del fuego!», publicó hace unos días en sus redes sociales junto a una promo de la obra, un monólogo escalofriante del argentino Santiago Loza en el que un hombre (Lorente) reconstruye -en un espacio desprovisto de objetos- la historia de un tipo al que admira incuestionablemente: un asesino en serie que busca a través de la muerte el significado de su vida. Una vida bañada por la más densa de las melancolías.

«Todo lo que envuelve al texto es de una naturaleza tan terrible como hermosa, desde las palabras de Santiago Loza, construyendo formas en la noche, hasta el último aliento antes de terminar la función», asegura el murciano, que se ha mostrado extasiado en todas y cada una de las entrevistas que ha realizado en los últimos días con motivo de la promoción de la pieza, dirigida por Alberto Sabina. Hasta el punto de que Lorente asegura que estudiar y trabajar el guion ha supuesto «toda una revolución» en su 'yo' más artístico, pero también en el más personal.

Y es que la obra funciona como una suerte de «confesión», aseguran sus responsables. La confesión de un «cobarde», más concretamente. La de un hombre incapaz de sacar a la luz su cada vez más acusado lado oscuro (afortunadamente) y que encuentra en las atrocidades cometidas por otro un consuelo. El personaje de Lorente narra con frialdad y minuciosidad las 'hazañas' más sórdidas del asesino, «e incluso en ocasiones, las líneas que separan al narrador y al personaje narrado, llegan a confundirse», apuntan desde el Pavón Teatro Kamikaze. De hecho, como espectadores nunca llegamos a saber quién es este hombre tan... ¿apasionado? ¿Es su mejor amigo? ¿Es una de sus víctimas?

«Desde luego, provoca incomodidad escucharle hablar sobre la muerte y la veneración que le profesa. E incomoda, ya que su quietud es extraña cuando choca con su mensaje casi evangélico», confiesan desde la compañía, que con esta pieza busca acabar con la clásica dicotomía buenos-malos. « Matar cansa nos expone un punto de vista diferente al que estamos acostumbrados. Solo vemos el blanco y el negro, el bueno y el malo, el policía y el asesino, pero poca gente se ha parado a pensar en el gris, en ese gris que no desentona, que se mantiene en equilibrio y que hace que los otros dos se mantengan latentes y vivos. Ese morbo escondido que nos lleva a mirar debajo de una sábana manchada de sangre es el mismo que te ancla a la butaca para escuchar los hechos atroces narrados de una forma tan bella y honesta como la de nuestro protagonista», señalan en el dossier de la obra.

Y es que el discurso que plantea Loza y Lorente hace suyo sobre las tablas está bañado de un «misterio amoral». «Al igual que muchos escritos religiosos, no sabemos de dónde procede la fe, pero sí sabemos que esta puede mover las más oscuras emociones de las personas», dicen. Y eso que el personaje principal de Matar cansa está situado justo al lado de un gran acontecimiento -ni delante ni detrás-; en ningún momento es partícipe de nada. Solo de ser un espectador, un admirador, el cual está sumergido en un mar negro del que solo puede escapar a través de la inmortal luz del asesino que le da sentido a su gris e insulsa vida.