Antes de que el caballo de madera entrase por los muros de la ciudad y de que el bronce griego rebanara las gargantas de los hombres, los troyanos vieron al enemigo durante diez años acampado en la playa. Aquel asedio, desde luego, no podía sorprender a nadie. Los habitantes de Troya habían aprendido a convivir con los oponentes apostados a sus puertas. Ajax, Aquiles, Patroclo, Menelao, Agamenón y Odiseo formaban parte de ese paisaje confuso que mezclaba el miedo con la curiosidad. Cuando el ciudadano troyano se iba a dormir pensaba que el enemigo anhelaría el calor de su hogar, mientras el fuego de las hogueras griegas se elevaba en el cielo.

Lo que sí le sucedió a Troya fue un exceso de confianza que resultó letal. Sus gobernantes creyeron que nada malo les ocurriría porque tenían de cara el favor de los dioses. Troya era una de las ciudades más avanzadas del Mediterráneo. Todo el mundo admiraba la calidad de vida de sus habitantes. Servía de ejemplo para el mundo y los extranjeros acudían a sus murallas para buscar otra vida mejor. Pero esos mismos gobernantes no advirtieron las señales de alerta. Año tras año, las ciudades vecinas fueron sucumbiendo a las llamas de la destrucción. Micenas y su rey, Agamenón, imponían su ley por el mundo griego. Solamente hablaba el lenguaje de la guerra.

Pero entre las calles de Troya había una mujer que era capaz de ver más allá de los días de los mortales. Casandra tenía un don y una condena. Tras un escarceo con Apolo que acabó mal, la joven troyana adquirió el poder de la profecía. Casandra podía saber lo que sucedería en el mañana pero su desdicha sería mayor porque nadie la creería. Fue ella misma la que avisó a sus compatriotas de que no abriesen las puertas al caballo. Les advirtió de que aquello era una trampa, que si el artilugio entraba, esa misma noche la ciudad sería devorada por el fuego y sus hijos morirían. Pero los gobernantes taparon sus oídos y prepararon el vino para celebrar la victoria.

Casandra resuena en nuestro confinamiento diario como un eco incómodo. ¿Estábamos listos para esta pandemia? ¿Surgió de la noche a la mañana? ¿Había Casandras en nuestras radios y televisiones antes de los contagios masivos? Cuando en Italia trece regiones empezaron su confinamiento, o el Mobile de Barcelona se canceló a principios de febrero, ¿qué estaba haciendo nuestro Priamo español? ¿Cuando Francia y Alemania acopiaban material sanitario, quién vigilaba nuestra murallas? ¿Cuando algún periodista alertaba del grave peligro del virus, por qué lo tildaban de iluminado? ¿Cuántas Casandras tuvimos en nuestras ciudades antes de quedarse vacías? Las respuestas están en las hemerotecas. Allí aún se escucha con fuerza la voz de Casandra.