Recién llegada de la ceremonia de los Latin Grammys, a la que concurría nominada en dos categorías principales, de Rozalén se ha dicho que «lo peta». Sin embargo, en un momento dado, también se la llamó «plagio de Bebe», como recuerda en uno de los capítulos de su primer libro.

«Lo que más me dolía es que dijeran que soy una moda pasajera, porque yo quiero perdurar. En cuanto a que me digan que me parezco a Bebe... Pues normal, es que la he escuchado muchísimo. ¡Me parece un piropazo!», exclama con la naturalidad «de los de Albacete, con el humor por bandera».

Concluida su primera gira por Colombia, de la que vuelve feliz, presenta Cerrando puntos suspensivos, el mismo título para un álbum que glosa sus tres discos de estudio hasta el momento (todos bautizados con esos tres puntos como remate) y un «diario reflexivo» con todo lo aprendido hasta el momento, editado por Aguilar. Este martes lo presenta en la Fnac de Murcia, a las 18.00 horas, una tierra a la que Rozalén siempre ha estado muy vinculada, ya que pasó varios años viviendo en la capital del Segura mientras estudiaba Psicología en la Universidad de Espinardo.

«Llevaban años pidiéndome un libro, del género que fuese, pero no me sentía honesta, porque no soy poeta. Estoy rodeada de buenos escritores y me daba mucho respeto. Que venda más Belén Esteban que Felipe Benítez Reyes me jode», explica.

Encontrado el formato en el que no se sentía una intrusa, María Rozalén (Albacete, 1986) celebra la vida, pero también ofrece un ajuste de cuentas con quienes no se lo pusieron fácil: el dueño de una famosa sala de conciertos, el resabiado y machista directivo de una multinacional, una «artista de moda» irrespetuosa o un periodista de titular fácil. «Parece que estoy rencorosa, pero en realidad estoy, sobre todo, agradecida. Todo eso me sirvió para darme cuenta de que cuesta todo mucho trabajo y de que, cuando alguien te trata mal, al poquito te va a tratar muy bien...», señala irónica.

En el lado bueno de la balanza, recuerda su encuentro con gente como Alejandro Sanz y Joaquín Sabina y se sonroja cuando le comentan que es capaz de «erizar el vello» o que gusta su manera de contar historias.

A la lágrima llega incluso cuando recuerda cómo ha calado una de sus canciones, La puerta violeta, nominada a Mejor Canción de 2018 en los Latin Grammy y concebida como denuncia de la violencia doméstica, algo que, con 1.000 mujeres asesinadas en los últimos 14 años, no duda en calificar como «terrorismo». «Con esa canción me ha pasado de todo. Me impacta mucho que se trabaje con ella hasta en colegios, como en uno de Elda (Alicante) que visité el otro día, donde un hombre mató a disparos a su compañera delante de los niños. Han pintado una puerta de violeta y los críos la cantan todos los días; la han convertido en un himno», dice emocionada.

Le pasa también al hablar de su pequeño Letur natal, al que ha puesto en el mapa en la sierra del Segura y en el que pronunció un pregón que no ha dudado en rescatar para su libro al grito de 'Soy de pueblo'. «Tuve una etapa en la que me avergonzaba ser de pueblo o tocar la bandurria, pero conforme fue pasando el tiempo, me di cuenta de que eso es lo que me hacía especial, porque soy de las pocas que lo hacen en este país, y que tengo que tirar más del folk y de la raíz», subraya.

Considerada una de las puntas de lanza del auge renovado de la canción de autor, hasta para ella es un secreto el éxito obtenido desde que en 2012 lanzara su primer videoclip, «el más barato de la historia», con una sábada de fondo y su inseparable Beatriz traduciendo cuanto dice a la lengua de signos.

«Quizás no soy la más talentosa, pero soy una curranta, eso no lo niega nadie», dice con modestia, antes de suscribir con su gracejo habitual: «Curro como una perra».

De ello deja constancia en el álbum que publica también esta semana, por una parte con sus temas más conocidos y por otra con algunas de las muchas (muchas) colaboraciones trabadas en estos años, como las de Ana Belén, el rapero Kase.O o Estopa (la canción contra el cáncer Vivir).

«Para mí la música es compartir y no competir. Además, he tenido la suerte de colaborar con gente muy distinta, aunque sí, hay mucho cachondeo con eso. Iván Ferreiro y yo nos peleamos para ver quién ha hecho más dúos, pero me lleva ventaja por años», reconoce entre risas, antes de afirmar que nunca le ha dicho que no a una oferta de este tipo: «Incluso a los que no me gustan les he dicho que sí».