En las nuevas salas de exposiciones del edificio Consistorial de La Glorieta de España, en Murcia, se exhibe una exposición interesante. Sus autores son los académicos de la Real Academia de Bellas Artes Santa María de la Arrixaca, esa institución que tanto me lleva al recuerdo casi familiar de uno de sus fundadores, don Antonio Salas Ortiz, de imborrable presencia en mi memoria. Teoría y práctica en la representación artística muy numerosa; músicos, arquitectos, artistas plásticos, de los medios audiovisuales o de comunicación y licenciados forman el grupo, cuyas obras se exponen con evidente generosidad ilustrativa; desde los antecedentes de la propia Academia hasta el presente, pasando por lo que dejaron hecho los que desgraciadamente ya se fueron y que formaron parte de esta ilustre nómina.

Los autores representados son dueños de un quehacer teórico y de otro creativo, sin mucho nexo de unión entre ellos, pero sí pertenecientes a una élite cultural que desde algunos sectores de la sociedad murciana se ve endogámica. Es normal que esto ocurra siempre que se hace selectiva la formación de los grupos, aunque se pueda incurrir en discriminación. La realidad es que se aporta una multiplicada acción cultural que sirve de mucho, más en estos momentos de notable indiferencia. La exposición que comento es un claro ejemplo de lo que quiero decir. Y vamos a lo que más interesa, el contenido de la muestra y su importancia y nivel artístico, siempre con la premisa de que es ocasión para ver, mirar y aprehender tanto como para aprender.

Gozosamente me encuentro y reencuentro con la obra de artistas muy apreciados y que, en algunos casos, necesitan de una revisión completa. Uno de los ejemplos es el caso de Ángel Hernánsaez, presente con su noble figuración; excelente la obra Recordando a Valdés Leal. A pesar de la aparente grandilocuencia de la exposición, vista al detalle, quizá se magnifica; un pequeño óleo abstracto (o casi) de Molina Sánchez así lo certifica: Anunciación, pieza del '63. Me satisface con el caso más sugestivo de naif murciano, el de Carmen Artigas que necesariamente me lleva al recuerdo del precedente del anarquista ingenuo Miguel Vivancos, natural de Mazarrón y exiliado en París. Las obras de Artigas cautivan la ternura del arte.

Tres piezas la representan. A la entrada al espacio se encuentra la obra de Sofía Morales y Ramón Gaya; de este último, un magnífico Bodegón, de 1947. De Morales, dos obras elegantísimas; me gusta especialmente la composición de la 'fuente con uvas'. El pintor peor representado en la sala es Muñoz Barberán. Es más importante que lo que deja ver su participación; algún cuadro de los pintados en los sesenta por el artista, de paisajes urbanos de Lorca o Murcia, le hubieran hecho más justicia. Grande y elocuente la participación de Manuel Barnuevo, que siempre hemos valorado en su abstracción consecuente. Pedro Cano cuelga dos obras magníficas; el Hortus II, de impresionante materia negruzca con arenas es una joya. Junto a él, Esteban Campuzano también da la talla como el lorquino Vicente Ruiz.

Que Murcia es 'el país de la escultura' es una evidencia que demuestran las deliciosas obras de Antonio Campillo (ese homenaje brillante a Manzú) y las no menos atractivas de José Toledo, Dionisio Paje, Juan Martínez Lax o José Carrilero, que se sitúan junto a los juveniles mármoles de las palomas de Lola Arcas, tan escultóricas para los sentidos. Con fotos de sus edificios se puede comprobar el nivel arquitectónico de los técnicos Mariano Ruipérez, Pan da Torre, Simón Ángel Ros o Francisco Marín Hernández. Llama la atención la maqueta del Pabellón de Murcia en la Expo Universal de Sevilla del '92, proyecto de Vicente Martínez Gadea.