Descrita como «una historia de amor obsesiva donde la pasión guía el drama de los personajes», Muerte en el Nilo llega esta noche a el Auditorio El Batel de Cartagena. No es una función al uso, es «mucho más contemporánea y más hot» que la adaptación que John Guillermin llevó al cine en 1978. Así lo asegura Pablo Puyol, que encabeza un reparto compuesto por Ana Escribano, Ana Rujas, Adriana Torrebejano, Fernando Vaquero, Miquel García Borda, Dídac Flores, Sergio Blanco, Lorena de Orte y Paula Moncada.

Muerte en el Nilo no es un musical pero sí se acerca a él.

No lo es, pero la función tiene música en directo y casi es un personaje más. Paula Moncada canta como Dios y el pianista Dídac Flores -en directo son ellos los que están haciendo la banda sonora de esta función- es fantástico. Incluso te diría que la música es otro personaje porque tiene vida propia y le da a la obra un toque particular. Pero no, no es un musical. Los personajes que formamos parte de la obra no estamos cantando durante la función.

Hablamos de un híbrido que cada vez atrapa a más gente y reúne a más público en las salas.

Es una propuesta interesante y en la revisión de un clásico, como éste de Agatha Christie, está bien el ir un pasito más allá. Víctor Conde ha tratado a esta función como si fuera un Shakespeare al que se le da una nueva visión y toques, pero tratándolo con muchísimo respeto. En las adaptaciones de Agatha Christie, a veces, se le da más importancia al misterio que a los personajes y aquí, Víctor, ha querido sacar a la luz la parte de miseria y basura que se esconde tras el lujo de los protagonistas. Eso es lo que se pretende enseñar al público para que entiendan por qué alguien puede llegar a matar siendo, entre comillas, una persona normal y teniendo un vida estupenda.

¿Le ha ayudado la obra a entender por qué alguien puede matar?

Creo que eso no lo entenderé nunca, pero sí que hay gente perturbada que en un momento de desesperación absoluta puede llegar a hacerlo. Es algo que no compartiré jamás, pero es verdad que cuando alguien tiene tanta mierda dentro llega un momento en el que no es capaz de distinguir entre el bien y el mal y si le merece la pena cualquier cosa por seguir teniendo dinero y poder.

El personaje del detective que interpreta en Muerte en el Nilo parece que está hecho para usted.

Estoy muy contento. El detective es como el director de orquesta, el que maneja a los personajes y los lleva para arriba y para abajo. Me encuentro bien en este tipo de funciones porque soy actor y en todo lo que sea dramático estoy cómodo. Me gusta más la comedia porque creo que es donde puedo brillar un poco más, pero en el drama y esta parte de thriller, digamos que me gusta y lo disfruto. Sin querer pelotear a Víctor, es un gran director de actores.

¿Y cómo ha sido trabajar a sus órdenes?

Tiene algo buenísimo y es que tiene clarísimo lo que quiere y sabe cómo expresarlo para que el actor lo haga y la pieza salga redonda. Hay tantas clases de directores como personas. Hay muchos que te dejan demasiada libertad y eso, al final, acaba no siendo tan positivo. Todos tenemos nuestro talento y somos capaces de sacar un personaje adelante, pero al final, si uno hace lo que quiere, convierte la pieza en su obra y no en la del director, porque uno busca salvar su personaje y no la función. Víctor, porque se toma muy en serio la función, sabe lo que quiere y qué quiere de cada uno de los personajes, la función tiene una misma clave y es mucho más rica.

Inicialmente su personaje lo interpretaba Jorge Sanz.

A dos semanas del estreno estaba muy liado y lo dejó. Fue entonces cuando me llamaron. Preparé el papel en pocos días, pero no es la primera vez que lo hago. Por suerte, la cabeza aún me funciona bien para aprenderme los textos. Cuando llegué la situación fue rara porque los compañeros llevaban tiempo ensayando con Jorge y llegué yo con otra energía y otro tono. Me acogieron increíblemente bien e hicimos un trabajo de dos semanas brutal, y el resultado es bastante bueno. El estreno en Granada fue espectacular y fue la recompensa al esfuerzo hecho.

En esencia, ¿en qué se parece y en qué se diferencia la obra del libro?

El espíritu y la historia de Agatha Christie está y el que haya leído el libro lo verá reflejado en la función, pero se le ha dado una pátina más moderna al introducir la música en directo y un decorado simple pero, al mismo tiempo, muy efectivo y moderno, en el que los actores vamos construyendo cada una de las escenas y los lugares en los que nos encontramos. La propuesta es muy novedosa.

¿Es fan de Agatha Christie?

No te voy a engañar, ni fan ni no fan.

Su personaje dice una frase brutal. «No abras tu corazón al mal porque si lo haces el mal vendrá». ¿Se lo aplica?

Yo soy un tipo muy bueno, pero sí, creo que lleva mucha razón. Cuando uno le deja un resquicio al mal para entrar en su propio cuerpo, al final, éste se va apoderando de ti y, cuando lo dejas durante un tiempo, dejas de saber cuándo estás haciendo el bien y el mal. El género humano es muy fácil de corromper y, en cuanto hay dinero de por medio y poder, el mal es más fácil que entre y se apodere de ti por completo. Y, una vez que entra, ojo, que es difícil que salga. Y eso te lleva a dar un paso más, y un paso más, y más hasta llegar a la tragedia.

En el libro se narra una historia de amor obsesiva. ¿Es un hombre celoso?

Nunca me he considerado celoso y me parece un absurdo si tienes confianza en tu pareja. Alguna vez he dicho eso de: «¡Eh, qué pasa!», pero no soy de los que pregunta con quién estás, ni dónde estás, porque me parece absurdo. La posesión no me gusta y creo que solo genera mal.

¿Le incomoda ser un personaje público?

Bueno...

A veces, la popularidad es un arma de doble filo.

Cuando eres conocido es más fácil que la gente vaya al teatro a verte y eso ayuda a atraer gente, pero no creo que tenga que ser un fin el hecho de ser conocido para llenar un teatro. Uno tiene que trabajar y es el trabajo el que tiene que aportarte más trabajo. Creo que hay muchas funciones maravillosas a las que la gente les tiene que dar una oportunidad. El problema es que hay mucha gente que va al teatro pensando en verte a ti, no a la obra... De hecho, hay veces que gente de la propia profesión me prejuzga por salir en televisión, sin saber que empecé haciendo teatro con 18 años. Es muy fácil juzgar desde la ignorancia. No dejo que me afecte lo que piensen unos y otros, si me afectaran las cosas no viviría.

Las salas vuelven a llenarse. Esa es una gran noticia.

Parece que hay más actividad. En los últimos ocho o nueve años lo que más he hecho ha sido teatro y las funciones me han funcionado bastante bien. El teatro tiene algo especial y al público le gusta el contacto directo con los artistas. No tengo poderes para leer el futuro, pero creo que el teatro no morirá nunca. El teatro, por ser una tribuna más libre, le aporta al actor una libertad diferente para poder hacer las cosas; una libertad que también tiene el público para aplaudir, patalear o irse de la sala cuando le da la gana. Creo que la televisión está mucho más mirada con lupa y en el teatro las propuestas se exponen libremente y son diferentes.