Pilar Gandía, doctora en Psicología y profesora de la Universidad de Murcia, hace hincapié en que «la sobreinformación que recibimos constantemente, muchas veces sin filtros de ningún tipo, lleva a que se malinterpreten y a que pierdan importancia ciertos comportamientos y valores que deberíamos tener presentes de manera permanente, sobre todo si atentan contra los derechos de otras personas».

«Aprendemos de manera progresiva cómo encajar en nuestros propios esquemas mentales la información recibida, que debemos incorporar a nuestra forma de ver el mundo y de relacionarnos con él, y qué debe ser rechazado», explica a LA OPINIÓN.

A su juicio, «la adolescencia es una época de muchos cambios y de evolución, también a nivel cognitivo, no siendo capaces hasta la edad adulta de diferenciar lo real de lo imaginario, motivo por el cual los contenidos digitales de todo tipo (películas, series, videojuegos?) tienen una limitación de edad, a la que debemos prestar atención para evitar confusiones en los jóvenes, que no saben todavía hacer una crítica realista de las situaciones que viven de manera virtual».

«¿Qué valores aprenden los menores de edad que consumen videojuegos en los que el objetivo para ganar puntos es matar, violar, robar, huir de la policía, etcétera, siendo ellos mismos los protagonistas de estas historias?», se pregunta la doctora en Psicología.

«De igual forma, podemos ver diversos ejemplos en sus ´modelos a seguir': protagonistas de series que faltan al respeto a padres, profesores, e incluso cometen delitos de todo tipo saliendo impunes y ganando popularidad entre sus amigos», manifiesta.

«Es cierto que es ficción y que los adultos lo podemos tener muy claro, pero el desarrollo cognitivo de los chicos y chicas a esas edades aún no les permite hacer esta separación de una manera tan clara y objetiva, llegando a crear avatares que funcionan cual alter ego de ´lo que les gustaría hacer', llevando a una normalización o justificación de conductas claramente desadaptativas y peligrosas para ellos mismos y para los demás», hace hincapié.

Gandía especifica que «si bien es cierto que los datos, de manera absoluta, muestran un preocupante aumento de los menores de edad que cometen delitos sexuales, estos también pueden implicar que delitos que anteriormente se pretendían pasar inadvertidos y quedaban en el ámbito de lo privado, hoy en día son puestos en conocimiento de la ley».

Desde su punto de vista, esta circunstancia «denota una mayor condena a nivel social general de comportamientos que, efectivamente, deben ser corregidos en los agresores y nunca permitir que quien pase vergüenza o miedo a denunciar sea la víctima».

«A la falta de formación se unen las redes»

En opinión del abogado murciano Álvaro Ortiz, «el incremento de los delitos de naturaleza sexual cometidos por menores de edad, se debe a varios factores: a la carencia en formación y educación en materia sexual se le une el uso de la pornografía en Internet desde tempranas edades». En el porno, además, «siempre se representa a la mujer cosificada». También critica «el uso indebido de las redes sociales, como Instagram o Whatsapp, donde muchas veces se produce la difusión de videos o imágenes íntimas obtenidas con consentimiento de la víctima, pero sin autorización para su difusión, delito tipificado en el artículo 197.7 del Código Penal, conocido como ‘sexting’».