No estoy dispuesto a que mis hijos se desayunen viendo el pene del vecino que sale a la terraza justo frente a la mía sin ropa todas las mañanas. ¿Se le puede impedir que vaya desnudo?». «Vivo en un bajo y la señora del primero siempre sacude las alfombras y me ensucia la ropa que dejo colgada recién lavada. Se lo he dicho varias veces pero no respeta nada». «Ya he planteado varias veces que hay un jeta que siempre deja su coche en mi plaza de aparcamiento y nadie hace nada. ¿Voy a tener que enfrentarme personalmente con él?».

Estas son algunas de las preguntas con que se encuentran a diario los presidentes de las comunidades o los administradores de fincas, esas personas que se ocupan de gestionar los asuntos financieros y legales de las comunidades de vecinos y cuyos testimonios y anécdotas darían para llenar horas de monólogos de humor por lo rocambolescos que a veces son los problemas que gestionan, sobre todo los que afectan a la convivencia.

Los vecinos han de ponerse de acuerdo para gestionar los lugares comunes y establecer unas normas de convivencia. No siempre es fácil ¿o hay alguien que nunca haya tenido un desacuerdo con el vecino? El problema es que en ocasiones (en la Región de Murcia, las menos, aseguran los administradores de fincas) las discrepancias acaban en los tribunales, o lo que es peor, en las manos.

Antonio García es administrador de más de 40 fincas repartidas entre Molina de Segura y Murcia. Explica a LA OPINIÓN que la mayoría de los problemas surgen por la convivencia vecinal. Por ejemplo, cuando en escena entran los ruidos. «Música alta a deshoras y televisores puestos», detalla, aunque puntualiza que estos problemas suelen solucionarse hablando y raro es que la cosa vaya a más. Hay casos puntuales, como el del vecino de Alicante que en marzo de este mismo año asesinaba a cuchilladas a su vecina porque le molestaban los ruidos que hacía su madre.

También se dan en la Región conflictos, apunta Antonio García, relacionados con la tenencia de animales domésticos, especialmente cuando estos perturban «la limpieza y salubridad de las zonas comunes».

«Si se llevasen unas normas de ética y conducta vecinal correctas, se optimizaría nuestro trabajo», manifiesta este administrador de fincas.

Solucionar conflictos, no obstante, «es parte de nuestro trabajo». Otra historia se da con el tema de los bajos comerciales y la presencia de «cafeterías y bares» no precisamente tranquilos a horas intempestivas. «Desde molestias por una turbina de extracción de salida de humo al tema de las terrazas», dice. Es lo que pasa en la zona de Pérez Casas, en el casco urbano de Murcia, donde los vecinos no se pelean entre ellos: luchan contra las administraciones para poder descansar.

Cuando en una comunidad hay conflictos que no se solucionan tocando a la puerta del vecino y hablando, «se hace una comunicación previa, tanto al propietario como al inquilino» del piso en cuestión «para que cese en la actividad» que está molestando al resto, comenta Antonio García, que pone el acento en la importancia de «la mediación».

No obstante, si el vecino hace caso omiso, «se lleva a la junta de propietarios» y se formula «una comunicación fehaciente» a la persona problemática «de que, si no cesa, se emprenderán acciones judiciales».

Estos temas solo llegan a los tribunales «si la situación es muy complicada y reiterada», dado que, en la mayor parte de los casos que se dan en la provincia, «siempre se acaba mediando», hace hincapié. «La mediación es la primera solución amistosa», señala.

Antonio García se ha enfrentado a problemáticas no precisamente fáciles de demostrar: cuando a una vecina le acusan de, por ejemplo, tener una casa de citas montada en el piso, rememora. Como administrador, «funcionas como un todoterreno», siempre con la intención de que «no se judicialice» el asunto, pues hacerlo es «lento y costoso», especifica. «De lo que se trata siempre es de que haya una sinergia, una relación cordial, vecinalmente hablando», dice este experto.

Este profesional tuvo que lidiar en una ocasión con el caso de un señor con principio de síndrome de Diógenes en cuya casa, en Molina, vivían «cerdos, conejos y gallinas», en medio de «suciedad a manta». «El que lo sufre es el que lo tiene al lado y detecta un olor nauseabundo que sale de la vivienda», indica Antonio García.

Según el portal Pisos.com, los diez problemas más habituales en una comunidad de propietarios son en primer lugar los morosos, los vecinos que no pagan las cuotas ordinarias o las derramas aprobadas por la junta y que en algunos casos acaban en los tribunales. Los ruidos y las fiestas son el segundo motivo de problemas. Otra causa de enfrentamiento son las obras en las zonas comunes y la obligatoriedad de todos los propietarios de pagar. Un cuarto problema es que el vecino moroso esté en paro lo que obliga a la comunidad a negociar un plan de pagos o una negociación.

Otros puntos de conflicto suelen ser el alquiler de elementos comunes del edificio como la casa del portero o la azotea, el pago de las obras de accesibilidad y el arreglo o instalación de un ascensor, algo en lo que con frecuencia los vecinos no se ponen de acuerdo por la disparidad de intereses entre los que viven en las plantas más bajas y las altas.

La obligatoriedad de la presidencia de la comunidad es otro germen de discrepancias, así como la decisión de recurrir o no a la figura del administrador. El uso de los garajes y la decisión de instalar cámaras de seguridad o vigilancia también suelen generar problemas.