Dos días antes de la Navidad de 2002, Alejandro R. A., de 24 años y sin antecedentes policiales, se entregó a la una de la mañana en una comisaría de Madrid, en la que confesó haber matado a cuchilladas a su abuela, Dolores Martínez Iniesta, de 79 años de edad.

El crimen lo había cometido el martes anterior en el domicilio de la fallecida, en el barrio del Carmen, en Murcia, y desde entonces la Policía buscaba al chico por su supuesta relación con el caso.

El horror se había apoderado de la barriada murciana días antes. El cadáver de la mujer fue hallado a las once de la mañana por la hija de la fallecida (y madre del sospechoso). Presentaba varias heridas de arma blanca en el abdomen, el pecho y en el rostro. Junto al cuerpo fueron encontrados dos cuchillos de cocina, con los que presumiblemente se había cometido el crimen. Desde el primer momento, se buscó a Alejandro. No estaba. No estaba para llorar a su abuela, y las sospechas crecían.

Las investigaciones forenses revelaron que la señora había muerto a las cinco de la mañana. Pronto se supo que Alejandro había cogido, una hora después, el Talgo que iba a Madrid. Desde entonces, Alejandro R. A. deambuló durante cuatro días por las calles de la capital de España, seguramente solo, y hasta llegó a dormir en el interior de coches abandonados. Pese a ello, su estado de salud era bueno en el momento de su detención en la comisaría del distrito madrileño de Moncloa. Lo confesó todo.