Todos los días no se puede celebrar que un edificio cumpla cien años en nuestra ciudad, y más uno tan significativo como la Casa del Niño, que después de años de reformas y promesas varias esperamos que vuelva a lucir como se merece.

Fue el alcalde Casto Fernández el que en una sesión celebrada el 5 de octubre de 1917 presentó una moción solicitando en nombre de la Junta local de Protección a la Infancia y Represión de la Mendicidad la cesión de un solar para edificar la «Casa del Niño», destinada a cocina y comedores de la Cantina Escolar, y a refugio nocturno y provisional de los niños abandonados.

Aprobada la moción inmediatamente se encargó del proyecto al arquitecto Víctor Beltrí, miembro de la citada Junta, que en una entrevista sobre el proyecto decía que la distribución sería la siguiente: «Un gran vestíbulo en el chaflán que ha de formar la esquina, dará acceso al amplísimo comedor de la Cantina Escolar, a continuación dos espaciosas salas destinadas a dormitorios de los niños-refugiados, con la debida separación de sexos. Estas habitaciones estarán orientadas al sudeste y reservadas de los aires del norte por medio de un ancho pasillo, resultando así en las mejores condiciones higiénicas y de orientación. El resto de la parcela estará destinado a patio-jardín, y se plantarán en él muchos pinos y eucaliptos».

Un gesto entrañable durante la construcción fue la colocación en un poste de los andamios de un cepillo en el que muchos niños de las clases pudientes de la ciudad depositaron monedas para ayudar a que la Casa del Niño fuera una realidad. Una ayuda que también procedió de la venta de bonos de caridad por parte de impedidos y pobres, la tradicional rifa que también cumple cien años.

Y llegó el 24 de diciembre de 1918, día elegido para la inauguración que fue presidida por el alcalde accidental Salvador Escudero y en el que el director de las Escuelas Graduadas Félix Martí Alpera leyó un discurso del que destaco las siguientes palabras: «Aquí está la Casa del Niño, es de todos porque con el dinero de todos se hizo, y hoy que está ya edificada os pedimos para ella vuestro amor, ya que para que subsista y funcione necesita el cariño de todos».

Pero la Casa del Niño que hoy conocemos fue obra de diferentes ampliaciones realizadas en función de sus necesidades y de ampliaciones de sus servicios. En abril de 1920 se inauguraron los pabellones escolares y el jardín que diseñó el arquitecto cartagenero Lorenzo Ros Costa, y cuatro años después se sacó a concurso la construcción de un primer piso sobre la fachada principal que da a la calle Tolosa Latour. En 1928 se construyeron las aulas y un salón de actos a las que se accedía por la calle Real y en 1931 se completó el conjunto con la Gota de Leche en la que miles de niños salieron adelante gracias a la ración diaria que allí recibían.

Pero este escueto recuerdo conmemorativo de cien años de historia de la Casa del Niño no estaría completo sin la mención a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, las religiosas que prestaron su servicio durante décadas en este establecimiento benéfico que tanto bien hizo a Cartagena.