La calle del Carmen, la primera que atravesaban los viajeros nada más cruzar las ya desaparecidas Puertas de Madrid, se convirtió en el lugar ideal para posadas y fondas en las que acoger a estos huéspedes. Hace ya seis años que en esta sección recordamos la Posada de la Rosa, regentada por la familia Trigueros, y hoy es el turno de su principal competidora por tamaño y capacidad.

La Posada de los Cuatro Santos se encontraba en el número 68 de dicha vía, que a finales del XIX recibía el nombre de calle de San Roque, nombre que adoptó también todo el barrio. A lo largo de sus años de existencia, el número de habitaciones osciló entre veinticinco y treinta; lo que no cambió nunca fue el amplio patio interior destinado al estacionamiento de carruajes y caballos.

Desde la puerta de la posada salían los cosarios que transportaban personas y mercancías a Cuesta Blanca, Perín, Mazarrón y Fuente Álamo. En la fotografía que ilustra esta historia, tomada con motivo de la terrible inundación de septiembre de 1919, se puede ver a la derecha la Posada de los Cuatro Santos con la entrada grande para los carruajes y el rótulo con su nombre en el balcón del primer piso. Detalle - este del rótulo - que era obligatorio tanto para fondas como para posadas, mesones y casas de huéspedes, pues así lo imponía el bando de buen gobierno por el que se regía la ciudad en 1902. Precisamente en esta inundación la posada perdió toda la paja y cebada de que disponía en ese momento, además de sufrir graves destrozos que fueron valorados en ocho mil pesetas.

Entre los sucesos que tuvieron como escenario la posada figura el robo denunciado por una señora de varias pulseras de plata que le fueron sustraídas de su cuarto mientras dormía, con tal fortuna que la ladrona pudo ser detenida horas después al no poder justificar la procedencia de las joyas.

Peor suerte tuvo el cabo de Artillería Pedro López Gallardo, que, procedente de Cuba, llegó a la ciudad gravemente herido, y tal era su estado, que prefirieron alojarlo en la posada antes que llevarlo a su Mazarrón natal. Y allí, en una de sus habitaciones, falleció repentinamente.

Las aventuras sentimentales tuvieron también su hueco en este establecimiento hotelero a juzgar por la noticia aparecida en 1901 en la prensa. Una peripecia a la que el redactor supo darle su toque ornitológico y que, como podrá juzgar el lector, no tiene desperdicio, pues decía: «De dos palomares que hay en las calles de Villalba la larga y San Cristóbal la corta, se fugaron ayer a las 20 dos amartelados tórtolos yendo a construir el nido a la Posada de los Cuatro Santos, donde fueron cogidos con liga por hábiles cazadores del Cuerpo de Vigilancia, en virtud de la denuncia hecha por la madre de la paloma tan ciegamente enamorada».

En 1928, su nuevo propietario, Lorenzo Madrid García, anunciaba que la posada había sido reformada con habitaciones ampliamente ventiladas y un esmerado servicio de comedor a precios económicos. Un año después y por los datos facilitados al Patronato Nacional de Turismo sabemos que el precio máximo de una habitación era de tres pesetas y el desayuno costaba una peseta, que era lo mismo que debía pagar el huésped por dejar su coche un día en el garaje de la posada.

Los últimos años de su existencia, a principios de la década de los treinta del siglo pasado, la posada convivió con el llamado ´Garage Cuatro Santos´ que, finalizada la Guerra Civil, sería el único negocio que ocuparía el número 68 de la calle del Carmen.