El fuego tiene mucho de primigenio, de inicio del cosmos, de forja de todo lo conocido, de calor necesario para la vida, pero también tiene su otra parte de destrucción, de final y de sufrimiento infernal. El hombre se ha servido del fuego para abrigarse y para cocinar pero también para forjar armas y destruir al enemigo. Se ha hablado del fuego purificador y hasta la naturaleza, con un rayo, lo puede utilizar para regenerar la masa forestal de una sabana africana. Con el fuego se han fundido necesarios utensilios para todas las civilizaciones y se han realizado hermosas esculturas y preciosas joyas.

El hermano fuego, como la hermana muerte que decía San Francisco de Asís, es un aliado de la especie humana, es necesario y beneficioso, pero nuestra especie, capaz de lo más hermoso y lo más horrible a la vez, en su afán de dominio y en su loca avaricia, juega con fuego como juega con su propia autodestrucción.

El mundo está que arde porque el hombre no aprende a regular su conducta de respeto al prójimo y al medio ambiente. Seguimos utilizando el fuego como arma de dominio y enriquecimiento y ello sólo nos conduce al caos que es el fin del cosmos.

Cada vez es menos inaudito que en pleno mes de octubre suframos estas altas temperaturas y escasez de lluvias. Así es imposible erradicar los cientos de incendios que asolan nuestra península y los miles de grandes incendios que están destruyendo California, África y el mundo entero. Todavía hay quienes intentan convencernos de que no hay cambio climático, pero lo único que quieren es seguir haciendo caja porque se enriquecen a costa de la destrucción de nuestro planeta.

Ya a nadie le cabe duda que la inmensa mayoría de los incendios son provocados. Los provocamos con ese cambio climático, que surge de nuestro insostenible e insolidario nivel de vida, basado en esquilmar los recursos del planeta y de llenarlo de polución que incrementa el calentamiento global. Y provocamos los incendios porque nuestras leyes son demasiado permisivas con quienes rentabilizan la destrucción: las empresas madereras y papeleras, la especulación urbanística, la privatización de las labores contra incendios y la nula inversión en labores de prevención, control y limpieza de bosques.

Los pirómanos son culpables y hay que invertir en sistemas de vigilancia, control e investigación para conseguir que caiga todo el ejemplarizante peso de la ley sobre su acciones que son crímenes contra la humanidad. Pero hay que desvelar quiénes están detrás, a quiénes beneficia que se quemen nuestros bosques, quiénes se aprovechan de ello. Hay que endurecer las leyes y no suavizarlas, como se ha hecho por quienes nos gobiernan.

Hay una responsabilidad de nuestro modus vivendi, una responsabilidad de nuestra incivilización, pero también hay unos culpables que hacen el agosto (ahora el octubre) con el desastre y el infierno. Más de 200 incendios en Galicia no son casualidad, ni fruto de la sequía, son terrorismo ambiental, sangrante terrorismo contra la vida, el medio ambiente y el futuro de nuestra especie humana.

El llanto y el desconsuelo de ver como el fuego arrasa todo es insoportable, pero hay que prevenir: No sustituir todos los bosques por los rentables eucaliptos, no incentivar el abandono del campo por parte de los agricultores para conseguir más extensión de plantaciones para la industria papelera y no recalificar terrenos tras el efecto del fuego? El fuego no puede ser un negocio, ni siquiera el de la reforestación posterior.