Juan es portapasos de la Piedad desde antes incluso de vestir el traje y colgarse el escapulario. Su sueño de llevarla a hombros se hizo realidad cuando cumplió los 23 años y la de ayer fue su decimosexta salida. Una vez más pasó un Lunes Santo pendiente del cielo, donde las nubes juguetearon cubriendo una y otra vez el sol, pero como buen marrajo que es, Juan está acostumbrado a esa tensión, a vivir con ese nudo en el estómago, con ese pavor a perderse su cita con su Madre, que comparte con sus hermanos de la cofradía del Nazareno y con toda Cartagena. Nunca ha dejado de impresionarle la marea humana que ve a su derecha todos los años cuando sale por la puerta de Santa María de Gracia, el esfuerzo del cordón policial por tratar de controlar esa marabunta de devoción hacia la hermana chica de la Caridad, con la que se encara al llegar al templo de la Patrona para cantarle la primera Salve de la noche y rendirle pleitesía con un ramo de rosas negras, como manda la tradición desde 1947, fecha en la que los portapasos de la Piedad tomaron el relevo de Caridad La Negra, una prostituta que en los años 40 ofrecía a la Patrona una rosa de color rojo oscuro muy abundante en aquella época en los jardines de la ciudad. Al fallecer esta mujer, los portapasos de la Virgen marraja cogieron su testigo.

Ese es el momento que más emociona a Juan, cuando hace el sobreesfuerzo de balancear a su Madre en medio de la Serreta mientras escucha cómo el canto mariano une a toda una ciudad, por muy descompasadas que lleguen las voces a sus oídos. El dolor que siente en su hombro y en sus riñones y el murmullo unánime le ponen el vello de punta. Ahí, justo ahí, es cuando renueva su promesa. «Te llevaré hasta que tú quieras, Madre».