El diestro murciano Rafaelillo cortó ayer la última oreja de la feria de Abril de Sevilla, cerrada con la lidia de una endeble corrida de Miura ante la que reapareció en los ruedos el torero leonés Javier Castaño tras recuperarse de un cáncer testicular y que recibió la primera y mayor ovación, como no podía ser menos.

Se desmonteró el torero leonés para corresponder al sincero reconocimiento del público por su triunfo en los hospitales, y dejó así al descubierto, con toda la dignidad de quien llega victorioso del campo de batalla, los visibles efectos de esa quimioterapia que le impidió prenderse la coleta de torero.

Pero la corrida de Miura, tan endeble y pajuna que sólo se pudo apoyar en la leyenda de la ganadería para mantener el interés, le impidió mayores hazañas en la Maestranza, en tanto que ya el primero de su lote mostró su invalidez en los primeros compases de la lidia.

Logró Castaño sostenerlo en pie y, además, alargarle el trazo de los pases con la mano izquierda a base de suavidad de trato, pero sólo durante breves pasajes, para matarlo en suma de una fulminante estocada de lenta y pura ejecución.

El quinto, al revés que sus hermanos de camada, sacó alguna complicación, más que nada por su falta de entrega y sus frenazos ante los engaños, aunque sin un peligro mayor, por lo que Castaño culminó su gran victoria moral en la Maestranza sin poder pasar más allá aplicarle una pulcra lidia.

La única oreja de la tarde, y última de la ya finiquitada feria de Abril, fue la que le cortó al cuarto el murciano Rafaelillo, que con el que abrió plaza, facilón y afligido, tampoco pudo pasar de correcto.

En cambio, el segundo de su lote, aunque con muy poca fuerza en los riñones, se movió con algo más de bríos y con mejor ritmo desde que lo recibió con una larga cambiada de rodillas en la puerta de chiqueros.

Fue un toro chochón, como se dice en el argot, ante el que Rafaelillo no pasó mayores apuros para sacarle una faena compuesta, aprovechando con limpieza sus medias arrancadas y componiendo un todo medianamente lucido que le valió el trofeo tras una otra buena estocada.

Uno de los momentos de mayor emoción y toreo de la corrida se vivió a la salida del tercero, que asomó en el ruedo distraído y sin fijarse en Manuel Escribano, que le esperaba de rodillas unos metros más adelante.

Aun así, el sevillano logró fijarle y pegarle finalmente la larga cambiada, así como siete u ocho lances vibrantes en la misma puerta de chiqueros, a los que el de Miura embistió galopando con entrega y vibración.

Pero ahí, y en el peto del caballo de picar, se quedó la raza del toro, que, tras perdonarle la vida a un espontáneo que se lanzó tras el tercio de banderillas, se vino clamorosamente abajo ante la muleta de Escribano.

El torero de Gerena también saludó a portagayola y banderilleó con facilidad, y muy poco ajuste, al último toro de la feria, que le regaló media docena de buenas embestidas por el pitón izquierdo antes de derrumbarse irremediablemente tras el último pase de pecho que Escribano le pudo sacar.