Un buen día se nos presentó en aquellos locales con tres balcones a la plaza de la Cruz, de Zero, con su aire bohemio, bondadoso, con su afabilidad y sonrisa de hombre sencillo; con su boina en la mano para decirnos quién era, porque nos encontrábamos en local cubierto. «Soy Cecilio Guerrero Malagón, pintor de Toledo». Su nombre y su procedencia eran compañía ineludible para entender la personalidad de aquel artista nuevo a nuestros ojos. Fue el principio de una gran amistad, como pudiéramos rememorar recordando los diálogos cinematográficos.

El artista venía a Murcia a ver a su hija, que vive aquí, y a sus nietos; a pasar unos días con la familia.

En sus paseos por la ciudad, frecuentaba las exposiciones y las galerías de arte. Y pintaba por las mañanas. Llevaba una pequeña caja de pinturas y, del natural, hacía unos deliciosos apuntes en las tablas a tamaño de la caja. Pero era un pintor castellano y la luz de Murcia la transformaba en esencia dramática. Escenas del mercado, paisajes urbanos. Nunca un juego artificio e impresionista, nunca un truco de luz y color. Le compramos algunos cuadros de aquellos y uno grande del que quiso desprenderse porque no cabía. Ni siquiera para pintarlo en casa de su familia. Aquel paisaje de gran tamaño tuvo un final inconfesable sin un rubor profesional. Lo dejo pendiente.

Guerrero Malagón fue una personalidad histórica en Toledo. El sabio de la ciudad imperial. Sabía todo del Greco; había nacido en un pueblo humilde de la provincia, pero su estudio y vocación siempre fue la ciudad exuberante de las diversas culturas de sus habitantes. Fue un expresionista a caballo entre el propio Greco y Solana. Su pintura no era la fácil para decorar habitaciones. Sus personajes, sus mascaradas o sus zambombas eran toda una actualización de los artistas de su referencia.

Tenía estudio proporcionado por las instituciones de su ciudad; él era el pintor más representativo de ella; un día su paisano célebre, Federico Martín Bahamontes, el ciclista que ganara el Tour de Francia, le hizo una consulta. «Don Cecilio, usted que de esto entiende; esto me lo ha regalado un colega suyo catalán que se llama Dalí. ¿Lo enmarco o lo tiro?». A nuestro pintor le hacía gracia la anécdota en su seriedad que le caracterizaba. Le montamos una exposición interesantísima. Nos descubrimos leyendo lo que de él, el Doctor Marañon, había escrito con encendido elogio. Venía por casa, comía con nosotros. Y marchaba a Toledo a esperar la nueva ocasión de volver a venir a Murcia a ver a la familia y disfrutar de ella. Nos hizo guardar de él por su bonhomía, un imborrable recuerdo. Pasados unos añ