En la línea de productos ecológicos de una gran superficie he visto un envase que contenía dos pimientos. Uno rojo y otro verde. Me encantan los pimientos y también me gusta el policromatismo, o sea que lo he comprado.

Una vez en mi casa he hecho una sencilla prueba. Con una de estas básculas de cocina que pesan en gramos he comprobado el peso de los pimientos por un lado, y el del envase, un recipiente de cartón y un envoltorio de plástico, por otro. Vale que los pimientos eran pequeñitos, pero ha resultado que el peso del envase no llegaba, pero se acercaba, al del producto que se autodenominaba ecológico.

Envases y más envases. Apenas puedes comprar algo sin que el contenido de lo comprado sea más que una mínima fracción del continente que, como es su oficio, lo contiene.

Mi café de siempre se presenta ahora en una especie de envase rígido con tapa y 'clic' que abulta y pesa el doble del café una vez descargado. Unos pocos mililitros de crema hidratante se sirven en un expendedor voluminoso, envuelto en dos cajas, de paredes bien gruesas y con un cabezal para expeler la crema con un ingenioso sistema de muelles metálicos que, eso sí, advierte que no usa gases perjudiciales para la capa de ozono.

Un ejemplo que me encanta es lo que encontré no hace mucho en el estante del supermercado. Era una pequeña porción de comida para gatos cuyo envase publicitaba, como gran valor del producto, una frase demoledora: «Contiene cuchara». No pude evitar la tentación de comprarla y ver su contenido. El envase llevaba apenas 150 gramos de comida y una recia cuchara de plástico de casi otros tantos gramos, supongo que al objeto de darle las papillitas al gato.

Recuerdo también la vez que cené en una franquicia de bocadillos de esas en las que cuando pides dos de lomo con queso y pimiento de piquillo la señorita le dice al micrófono: «Lomo piquillo, total dos». Tras tamaña lección de síntesis lingüística, y no sin antes recoger mi vaso de coca-cola (mediano) y mi dosis de sal (dos) en su pequeña bolsita, me senté a la mesa y di cumplida cuenta del bocadillo. Al finalizar me entretuve en hacer inventario de lo que quedaba sobre la bandeja, a saber: un vaso vacío de coca-cola (mediano), la tapa del vaso con agujerito, la pajita que cabe en el agujerito anteriormente mencionado, un recipiente de plástico de ensalada (con tapa), dos bolsitas contenedoras de ketchup, el original recipiente de cartón de las patatas fritas, una especie de cucurucho donde había estado el bocadillo, una servilleta de papel, un folleto papel couché con la oferta del mes que había servido a modo de mantelito, y las pequeñas bolsitas de sal (dos) gastadas en la ensalada.

El aceite, eso sí, era de aceitera.