Hace unos días el Instituto de Estudios Albacetenses ha celebrado un acto de homenaje en honor de Artemio Precioso Ugarte, nacido en Hellín (1917) y muerto en Madrid (2007), organizado con motivo de su centenario y para evocar, especialmente, su papel de economista y ecologista, aunque ha sido imposible eludir la evocación de su papel como militar de la República, ciertamente relevante.

En efecto, resulta imposible ignorar el papel de Artemio Precioso durante la Guerra Civil, de interés para los murcianos. No había cumplido aún los 22 años pero el Gobierno de la República, ya en Valencia, le ordenó actuar, con la 206 Brigada Mixta, que comandaba, para resolver la delicada situación creada en Cartagena por la sublevación casadista de principios de marzo de 1939, en los estertores de la Guerra Civil. Artemio Precioso, estudiante de Derecho en Madrid y militante del Partido Comunista de España, se había unido al Ejército de la República como militar de milicias al producirse el levantamiento de julio de 1936, y pronto demostró cualidades militares a través de los frentes de Extremadura, Talavera y Levante. El episodio de Cartagena, uno de los últimos de aquella guerra provocada por los militares golpistas, no podía ser un éxito, en un ambiente de deslealtades predominantes y de extrema confusión, pero las (escuetas) fuerzas de la República consiguieron poner orden en el caos producido por los sublevados. Artemio lamentó especialmente, de aquellos días, no haber podido impedir la desgraciada fuga de la flota, a las órdenes de un comisario político indeciso y cobarde que, en medio de aquella confusión, la entregó a las autoridades francesas de Bizerta, dejando en la estacada a miles de republicanos que, no pudiendo huir al exilio, quedaron atrapados y en manos de los franquistas en los últimos días de la República.

Todo esto lo han contado varios cronistas, como el abogado cartagenero Manuel Martínez Pastor ( Cinco de marzo en Cartagena, 1969), el periodista Luis Romero ( Desastre en Cartagena, 1971) y yo mismo en Tiempo de Historia ( El final de la República: sublevación en Cartagena, marzo de 1979), la revista hermana de Triunfo, cuando se cumplían cuarenta años de aquellos 'días de marzo'. El extenso relato, oficioso y de naturaleza político-militar que dirigió Dolores Ibarruri ( Guerra y revolución en España, 1936-1939, 1977), minuciosa crónica en cuatro volúmenes que dedica el capítulo V de la tercera parte, tomo IV, a la Sublevación en Cartagena, también recoge puntualmente el papel de Artemio.

Partido para el exilio, y acogido en la Unión Soviética, Artemio continuó su trayectoria militar y llegó a ser profesor en la famosa academia militar Frunze, pasando luego a instruir al Ejército de Tito hasta que, debido a la ruptura del líder yugoslavo con Stalin, tuvo que regresar a Moscú; su experiencia militar acabaría a principios de los años 50, cuando se trasladó a Checoslovaquia para estudiar Economía, logrando con el tiempo la cátedra de Planificación Macroeconómica en la Universidad de Praga.

Mi encuentro con el personaje se produjo en octubre de 1978, cuando nuestro común amigo, el periodista, novelista e historiador Jorge Martínez Reverte, nos reunió porque Artemio le había expresado su deseo de contactar con el movimiento ecologista, vector de la última de sus preocupaciones intelectuales. Nuestro entendimiento fue instantáneo y yo me puse a la faena para dar forma a lo que él, concretamente, me sugirió: un Centro de Estudios Socioecológicos (CESE) para acoger el estudio y la difusión de la Ecología política; con amigos y colaboradores de mi primera fase ecologista (la antinuclear) nos pusimos en marcha, siendo él presidente y yo el director de la nueva asociación. Decidimos que el objetivo básico inicial serían las Jornadas de Ecología y Política, y programamos las primeras en Murcia, donde las celebramos en mayo de 1979, en la antigua Escuela de Magisterio. Nuestro optimismo nos llevaría a organizar las segundas en Palma de Mallorca, en diciembre de ese mismo año, y a partir de entonces la cadencia sería anual.

En ese entorno y con aquel instrumento, el CESE, órgano de reflexión y creación ecológico-política, vivimos activamente la transición ecológica (que sigue minusvalorada al lado de la Transición por antonomasia, la política). Se producía la normalización democrática y, al mismo tiempo, era evidente la ausencia casi total de fundamentación ecológica en la izquierda, que se institucionalizaba abandonando la clandestinidad. En 1978 se habían producido dos acontecimientos de importancia para el ecologismo: la creación de la Federación del Movimiento Ecologista, en julio (Jornadas de Daimiel) y la redacción del Manifiesto por el Mediterráneo, en octubre (Jornadas de Denia); con la perspectiva del tiempo, creo que la fundación del CESE fue otro de los hitos de ese mismo año. Entendíamos que a nosotros nos correspondía trabajar por una Ecología política desde un foco orientado a dos tareas fundamentales: la reflexión y el respaldo teórico-político del movimiento ecologista, por una parte, y la colaboración en materia ecologista con los partidos de izquierda, por otra.

En mi experiencia personal, que siempre he querido que fuera ecológico-política, el encuentro con Artemio Precioso y los años que trabajamos codo con codo han pasado a ser decisivos, emocionantes, muy remuneradores política, social e intelectualmente. Su personalidad me subyugaba (así como sus avatares desde que diera aquel paso al frente, como estudiante, por la República), pero también he querido reconocerle su singular papel en el ecologismo español, al que aportó, aparte de un entusiasmo siempre a toda prueba, sus sólidos conocimientos económicos.

Es esto mismo lo que he querido recordar en este acto reciente de homenaje, sin ocultar mi emoción, y en las páginas que le dedico en el libro colectivo, Artemio Precioso Ugarte (1917-2007). La lealtad y el entusiasmo, publicado para la ocasión por el Instituto de Estudios Albacetenses.