Está claro que el periodismo no sería absolutamente nada sin la actualidad. La actualidad es la materia prima del periodismo. Antiguamente, dependiendo de la importancia del muerto (los muertos famosos siempre han tenido su atractivo), el interés de la noticia aumentaba o disminuía. No es lo mismo que se muera un presidente de Gobierno a que se muera su secretaria. Eso ocurría antes. Ahora, las películas de terror carecen de importancia a pesar del gran número de producciones. Ya no siembran ninguna inquietud ni miedo entre los espectadores, ni tan siquiera entre la chiquillada estremecida ante las imágenes de suspense que les hacía gritar y esconder la cabeza en cualquier hueco. Cualquier película de miedo, en los días que corren, se queda en mantillas ante un telediario, o ante las crónicas de sucesos que las televisiones emiten a la vista del interés mórbido que suscitan entre los espectadores. El Caso, el afamado periódico de crímenes y similares publicado durante los años del franquismo es un mero tebeo en comparación con los noticiarios actuales: Jarabo, La envenenadora de Valencia, El crimen del Expreso de Andalucía o El crimen del Capitán Sánchez quedan como sucesos anecdóticos a la vista diaria de cualquier informativo, incluidos los emitidos en horario infantil. Últimamente sólo nos liberan del terror las ocurrentes aventuras de Carles Puigdemont y su corte en la dulce Bélgica, ese país en el que reinó como consorte la española Fabiola de Mora y Aragón con sumo encanto y elegante discreción.

Después de ver cualquier telediario, y aún con el temblor en las piernas, más de uno atranca puertas y ventanas, durmiendo como mínimo con un buen palo bajo la cama en el peor de los casos. Deben existir quienes se acuesten con feroces y enormes mascotas para evitar la sensación de inseguridad que significa mirar los informativos.

Las cadenas de televisión regionales no quedan a la zaga del panorama nacional. Incluso la presentación de un nuevo partido político como Somos Región, de Alberto Garre, y la mesa de militantes que le acompañaban en dicha presentación se nos mostraban muy tristes y grises; sin un ápice de alegría ante su aparición estelar en el panorama político regional, como si vinieran de un entierro sentido o hubieran pasado una mala noche cavando una sepultura.

La actualidad ya no es apacible y tontorrona. Los informativos necesitan guerras, caídas de bolsas, crímenes horrendos, inundaciones, terremotos, ejecuciones públicas, atracos y atropellos. Drácula es un pobre hombre que odia los ajos, vive por las noches y duerme durante el día, que ya no asusta a nadie a pesar de su mala cara y largos colmillos. Los telediarios deberían comenzar su emisión con aullidos de lobos y coyotes y los presentadores beber sangre en directo, a la luz de una linterna que les ilumine, entre tinieblas, mostrando sus rasgos descompuestos y agusanados al dar tan lúgubres noticias.

No se alarmen, afortunadamente el sol sigue saliendo cada mañana, y habrá algún día en el que al encender el receptor de televisión o al leer el periódico nos comuniquen que ayer no hubo catástrofes, ni crímenes, ni genocidios en ningún lugar del mundo.

No, Drácula tiene sustitutos y no es el que era.