Donald Trump visitó el martes Puerto Rico trece días después del impacto catastrófico del huracán María, que asoló el país el pasado 20 de septiembre y provocó pérdidas valoradas en 90.000 millones de dólares y 34 víctimas mortales (datos del gobernador Ricardo Rosselló). Ese no es el disparate, de hecho la visita del presidente de Estados Unidos a un país vecino que ha sufrido una tragedia es de lo más normal y casi burocrático. El disparate tampoco es que en su discurso frente a damnificados, más que lamentar la cifra de muertos, pareciera valorarla positivamente al compararla con los 1.800 muertos que ocasionó Katrina. Ni tampoco que hizo hincapié en la gran deuda que Puerto Rico debe a Estados Unidos en un momento así. No. Lo escandaloso fue que se dedicara a tirar a la población puertorriqueña que allí se encontraba rollos de papel higiénico, como si de un jugador de baloncesto intentando anotar un triple se tratara. La intención inicial fue buena, aunque a mí me parece un poco desacertada. El lugar en el que compareció parecía estar repleto de productos de primera necesidad para repartir entre los afectados que se acercaron a verle. Pero de ahí a lanzar esos ´regalos´ de la forma en la que se tiran camisetas a los espectadores de la Super Bowl... Podría haberlo hecho de otra forma o darlos en mano. Desde luego, no es de lo más polémico que ha dicho o hecho Trump, pero a mí me impactó bastante cuando vi el vídeo circular por las redes. «Qué disparate», fue lo primero que pensé. Un pensamiento que la actualidad nacional, y parece que también la internacional, se empeña en repetir en mi cabeza.