La manifestación de Barcelona podría haber sido un ejercicio de nudismo del que gustan a algunos fotógrafos de masas. Las imágenes y las escenas que nos han llegado no se corresponden con las de París o Londres en similares circunstancias. Ciertamente, más que una comitiva de luto, parecía una cabalgata circense. Ya ha pasado el tiempo de las banderas a media hasta y los crespones negros. Es el de hacer balance.

El espectáculo de la pitada a los representantes del Estado no acabó con la marcha. Por si no fue suficiente escarnio y bochorno, se acusó al Rey de vender armas a los países que financian el terrorismo. Hasta un petimetre de ERC que dio la bienvenida en su día a Otegui, presumía orgulloso de un cartel infamante contra el Rey. A la lamentable exhibición de las autoridades locales, que cedieron la organización del evento a una secta independentista, siguió el líder morado que se proclama único representante de la soberanía popular. El conmilitón de la alcaldesa de la ciudad condolida y ultrajada, pontificaba ante las cámaras de TV que Felipe VI y Rajoy debían tolerar la libre expresión del pueblo; el mismo que guardaba silencio mientras él hablaba y que pitaba ensordecedor cuando la entrevistada era Andrea Levy, diputada del PP en el parlamento catalán. Puro cinismo.

La libertad de expresión es el complemento de la libertad de pensamiento; ése no tiene objeto alguno si no se apoya en aquélla, que fundamentalmente consiste en la libre declaración de las ideas. Pero una pitada no es un pensamiento, pues en términos cualitativos tiene la misma consideración que un rebuzno o un ladrido.

Refutación del redivivo Diógenes: el pueblo no se expresa en una pitada, menos aún en las que organizan sus acólitos. Silbar no es pensar, ni es opinar, ni declarar; no forma parte de la libertad de expresión. Menos aún del pueblo, pues éste tiene otras formas de expresarse. La fundamental en democracia son los comicios. Las manifestaciones se hacen con un propósito y generalmente con un lema. Los refrenda tienen por objeto una cuestión que decidir. Claro, también están las asambleas populares, pero sobre cómo se manipulan no le voy a dar clase yo a un profesor de ciencia política y antiguo militante comunista, pues conoce muy bien lo que pensaba Kruschev sobre la dictadura estalinista. Lo que nos lleva a la conclusión de que una pitada es el ruido que hacen los cafres pastoreados por un demagogo.

La de Barcelona era manifestación de duelo, de dolor por las víctimas y condena al terrorismo. Los independentistas la convirtieron en un espectáculo bochornoso bajo la excusa de homenajear a los servicios de emergencias, cuyo mérito no niego, pero cumplían con su trabajo y cobran por ello. Fue la excusa para relegar a los representantes del Estado a un segundo plano que no era más que una burda celada. No obstante, puedo estar equivocado; ello explicaría por qué no acudió ningún jefe de Estado ni de gobierno de la UE. Aunque también puede ser porque el gobierno de la nación hizo mutis por el foro en la gestión de la emergencia generada por el atentado y a ningún líder de la UE le plugo asistir al espectáculo pornográfico que organizaron con la estelada.

El Rey es el Jefe del Estado, ese que los nacionalistas no llaman España. Por lo tanto, debía estar presente. Pero además lo hizo en nombre de todos los españoles, monárquicos y republicanos, de derechas o de izquierdas, dolientes del atentado porque ha sido en nuestra casa y a nuestras gentes. Precisamente en Barcelona, hasta ayer, la ciudad en la que ningún extranjero se sentía extraño. Lo que convierte el abucheo en una desconsideración hacia el pueblo representado en su nombre y en su rango. Una falta de respeto hacia quienes pertenecemos a la misma nación que aquellos que no van a manifestar su dolor, sino su canalla y miserable oportunismo.

En otro orden de cosas, el Rey no vende armas. Es una decisión política que no corresponde al monarca, sino al gobierno de la nación, a quien compete la dirección y ejecución de la política nacional e internacional. Ni siquiera tiene que ser sancionada por él, cuya función se perfila en la Constitución con claridad meridiana. Sin la menor duda, Pablo Iglesias la conoce sobradamente. Primero porque es un representante del pueblo en las Cortes y segundo porque es profesor de ciencia política. Demuestra con ello poco aprecio a su condición de diputado y a la materia que enseña, tanto como a la Diplomacia, que en igual medida debiera conocer. El rey emérito hizo por ella una labor encomiable al mantener excelentes relaciones con todo el mundo árabe y con Israel, además del mundo hispanoamericano, incluida Venezuela y Bolivia, a pesar de sus nefandos gobernantes.

La escuela cínica toma su nombre de ´kynicos´, porque se comportaban como los perros. Diógenes fue su más significado maestro. Cuentan que un día se masturbó impúdicamente en el ágora. El cínico contemporáneo es Pablo Iglesias, el que azuza a los perrunos que ladran al Rey, mientras los onanistas de la estelada se exhiben en cueros sin el más mínimo atisbo de vergüenza ni de inteligencia.