Encuentro algo de falso en las ceremonias. Me va más la frase directa y sin rodeos; procuro huir de celebraciones, adornos y artificios. De modo que hoy, día de mi cumpleaños, no iba a ser menos y prefiero pasarlo trabajando como otro cualquiera, en pleno puente de agosto y en Murcia. Total, na.

Agosto me escupe 50 años a bocajarro, sin haberme dado casi cuenta, y yo los aireo entre estas líneas, desde LA OPINIÓN, donde hace 27 años comenzó mi vida laboral y donde encontré la mejor escuela posible de periodismo.

No veo hoy grandes razones para festejar nada especial. Mi sentido práctico me susurra que cumplir años es algo bueno, sin más, porque la otra opción es no estar, y ese gusto no se lo voy a dar a mis enemigos, de tan poco porte como yo misma.

Como manifestación de rebeldía me he permitido la licencia borde de prohibir a mis allegados que preparen la consabida fiesta sorpresa o videos recopilatorios. ¿Reunir a la gente que está descansando en la playa? ¿Con este calor? ¡Qué horror!

Solo me fastidia pensar que me va quedando menos tiempo para disfrutar, ahora que he aprendido algo más sobre lo que verdaderamente importa en la vida, y me duele saber que las fuerzas me irán menguando cuando más necesite retenerlas. Sin embargo, me siento más libre que nunca: hoy, en mi hambre no manda nadie.

A estas alturas ya no me culpo de no entusiasmarme y de no enojarme con la misma fuerza de antes, deambulando en este estado de ataraxia feliz en que vivo. Simplemente empiezo a saborearlo.