¡Cómo me gusta el verano! Todos ahí, amontonados, en el hueco más cercano a la orilla de la playa y el Despacito sonando en el Mp3 con el return atascado. Con los niños correteando y salpicando la arena, ganado el pulso al polvo en suspensión sahariano, y la madre con el bocadillo bien cerca transformando el pan con Nocilla en una lata barata de berberechos. Sepan que no puedo dejar de mirar a la moza de la bolsa de patatas ¿No habrá nadie que le diga que no le hace falta introducir en sus carnes prietas ese veneno calórico? ¡La miro y la confundo! Atención, llega el macho ¡Virgen, cómo hace el agujero para la sombrilla! Parece que no se esfuerza, pero se está poniendo más colorao que un mejillón al sol. ¡Cómo me gusta el verano! A la hora de la comida todo cambia, claro. La abuela, ese ser que se queda en casa a la espera de la vuelta de los quehan bajado a la playa, lo mismo te recibe con la escoba que con un cocido calentito «para que asientes el estómago, que te lo estás haciendo polvo con tanto beber y no comer». ¡Cómo me gusta el verano!