Un científico nazi descubre la forma de reducir un submarino a nivel microscópico y trasladarse en el tiempo a la charca inicial donde supuestamente se produjo el nacimiento de la vida. Esto demostrará, según piensa, que existe una línea continua entre la primera molécula animada y la raza aria, llamada a dominar el mundo. En la siguiente viñeta (esto es una historieta de un cómic, por si no lo habías adivinado), vemos al pequeño submarino siendo fagocitado no por una, sino por milones de moléculas orgánicas que lo envuelven y dan cumplida cuenta del mismo y del asombrado científico que lo pilota. Siguiente viñeta: un extraterrestre está defecando en esa misma charca, enclavada en un paisaje inhóspito del planeta Tierra en formación. Otro extraterrestre le recrimina su gamberrada, alegando que la cuarta directiva galáctica prohíbe dejar rastros orgánicos en los planetas vírgenes. A lo que el descarado extraterrestre responde: «Déjalo, algún día puede que de esta mierda surja la raza superior en este planeta».

Creo que deberíamos dejar que la naturaleza evolucionara tranquilamente. Por eso me parece pretencioso por parte de nuestras autoridades intentar controlar las excreciones que niños y mayores vierten en nuestra emblemática laguna cuando se adentran en sus relajantes y cálidas aguas, rebosantes por lo demás de nutrientes orgánicos de toda laya y condición. Si en algún momento hubo una sopa primordial que diera lugar al nacimiento de la vida en nuestro planeta y animara su evolución, sería sin duda muy parecida al actual Mar Menor.

Teniendo en cuenta que ese producto que supuestamente le echan al agua para delatar con un color estridente al meón o meona transgresor forma parte de una de las más persistentes leyendas urbanas, lo mejor sería dejar en paz al personal mientras hace lo que sea mientras se baña. Yo, por lo demás, y por las razones expuestas anteriormente, y por si acaso, prefiero zambullir mi cuerpo serrano en las más aireadas aguas del Mar Mayor.