En las afueras de Cartagena se yergue una de las más singulares creaciones del mítico Víctor Beltrí. La llamada Casa Beltrí o Torre Llagostera conforma una construcción peculiar a medio camino entre el modernismo ortodoxo, la extravagancia ruralista y la exuberancia rumbosa de las casas de los indianos. La colorida azulejería, las celosías elegantes, la cerámica delicada trasladan al visitante a una Belle Époque vívida y palpable. La mansión se rodea también de un jardín garboso de tintes incontestablemente levantinos conocido como Huerto de las Bolas. Tanto casa como jardín fueron declarados Bien de Interés Cultural en el año 2000. Siete años más tarde, el ayuntamiento de Cartagena adquiere todo el conjunto. La casa alberga hoy un restaurante que sirve comida mediterránea con ramalazos orientales y que se ha abierto paso en la Guía Michelín. Se trata de una concesión del Ayuntamiento por veinte años. ¿Se podría simplemente haber dejado la casa para visita y punto? Se podría. Yo, fíjense, me malicio que el restaurante ha atraído más visitantes de lo que lo habría hecho la casa a palo seco. Me malicio también que un restaurante ha creado más empleos de lo que habría hecho la casa como mera parada turística.

Las cantinas de los edificios públicos funcionan también mediante concesiones. El cantinero se hace cargo del servicio y paga un canon a la administración. ¿Podría la Administración hacerse cargo directamente de las cantinas? Podría. Y también podría confeccionar planes quinquenales para dirigir la economía.

¿Podría el Ayuntamiento liberar espacio para los ciudadanos suprimiendo los quioscos que licita en las aceras? Podría. Y también podría convertir todos los polígonos industriales en parques y jardines.

El faro de Cabo de Palos se alza en lugar con pedigrí, donde los romanos erigieron un templo a Saturno. Su silueta dibuja una de las postales más características de nuestro litoral. Que el faro aloje un hotel y un restaurante supone una idea de la que solo es criticable que no se le hubiera ocurrido antes a alguien. Hay quien se ha apresurado a afirmar que la idea supone la privatización de un bien público para concedérselo a la camarilla cercana al poder. Si usted junta en una sola frase ´privatización´ y ´amiguitos del PP´, se encuentra siempre un nutrido grupo de corifeos dispuesto a hacerse eco del estrambote. Ese eco les interesa más que el rigor del argumento. Y no digamos que los faros.