El Brexit ha dañado un activo inmaterial difícilmente cuantificable, con un inmenso valor, como es el sentimiento de pertenencia a la ciudadanía europea.

En Murcia lo vivimos en primera persona. El mayor número de turistas que recibimos son los ingleses. El mercado principal para la exportación de gran parte de nuestros productos es el Reino Unido. El número creciente de jubilados que viven de forma estable en nuestra región, y que supera al resto de nacionalidades, es el de los británicos. Nuestros jóvenes ingenieros o enfermeras aún tienen a Inglaterra como destino preferente.

Por tanto, cuando hablo del concepto de ciudadanía europea no me refiero al estricto término jurídico, tal y como aparece regulado en los Tratados, sino a ese sentimiento de pertenencia a una sociedad global que trasciende de una división geopolítica en Estados. Una ciudadanía posnacional, vinculada a valores universales y, por tanto, extensible a todo el mundo, que persigue no la fragmentación sino la integración, y en cuyas raíces se encuentra el nacimiento del proyecto de construcción europeo.

En una sociedad cada vez más globalizada e interdependiente parece un contrasentido desandar caminos ya hechos hacia la integración pues, aunque posiblemente mejorables, han supuesto avances significativos en la construcción de un proyecto común.

A la espera de ver cómo culmina este proceso 'negocial' entre la UE y Reino Unido, queda mientras tanto recomponer dichos sentimientos.

En una Europa cada vez más amenazada por emociones antieuropeas y nacionalismos extremos, probablemente fruto de la crisis y de determinadas políticas de austeridad, debemos enfatizar, proteger y promocionar el sentimiento europeísta en su faz más primigenia y esencial, desprovista de toda su carga jurídico-política y económica.

Debe ser el germen de un gran proyecto, inclusivo e incluyente y artífice de un largo periodo de paz y prosperidad. Gracias a esto hemos conseguido superar los efectos de tres grandes guerras en suelo europeo como fueron el enfrentamiento franco-prusiano, la Primera y la Segunda Guerra Mundial. No en vano en el año 2012 se otorgó, por unanimidad de los miembros del jurado, el Nobel de la Paz a la Unión Europea «por su contribución durante seis décadas al avance de la paz, la reconciliación, la democracia, y los derechos humanos en Europa».

«Unida en la Diversidad» es el lema oficial de la Unión, y es en él donde debemos encontrar nuestro objetivo. Repensar Europa no debe ser para destruirla sino para mejorarla o construirla de forma diferente, de manera que todos nos sintamos unidos en la diferencia gracias a compartir una historia común. Nuestro sistema jurídico y político es único en el mundo, constituyendo, por tanto, una peculiarísima comunidad de Derecho. No hay modelos en Derecho Comparado en los que vernos reflejados. Esta circunstancia, unida a que el proyecto siempre ha tenido un carácter abierto, hace que el esfuerzo de todos, en todas y cada una de las épocas, sea determinante en nuestro devenir. Depende, pues, de nosotros avanzar con pasos firmes y decisivos en esa Europa unida.

El 29 de marzo de este año, el Reino Unido comunicó a la Unión Europea su intención de abandonar la misma. Esto originó un proceso que finalizará dentro de dos años, sólo prorrogables por acuerdo unánime de todos los países, como así establece el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea.

Las consecuencias que puede tener el proceso han sido objeto de profundos análisis y debates, fundamentalmente en su vertiente política, jurídica y económica, analizada tanto desde la órbita del Reino Unido como desde la perspectiva del resto de países europeos e incluso sus posibles consecuencias para terceros estados como EE UU.

Es indudable que supondrá un cambio de paradigma en nuestras relaciones comerciales así como un cambio regulatorio, y que afectará a ambos lados del Canal de la Mancha en sectores tan estratégicos y fundamentales como el financiero, el turismo, la moneda o los derechos de los ciudadanos, por sólo citar algunos.

Se habla ya de posible fuga de capitales, de contracción del PIB, de incertidumbre regulatoria, de descenso en la confianza y en las inversiones recíprocas, de ralentización de los flujos migratorios, etc. Y se intentan hacer estimaciones numéricas de los posibles impactos.

Lo peor será la desafección ciudadana ante el sueño posible de conseguir las mayores cotas de paz y bienestar conocidas nunca a través de la voluntad en común de los pueblos de Europa.