Un tema que cada vez me preocupa más: el alcohol y las drogas al volante. Según los datos del pasado año, el 40% de los muertos de tráfico en España consumió droga o alcohol. Al parecer, la cocaína provoca más siniestros mortales que el resto de narcóticos, pero el cannabis es la sustancia más detectada: dos de cada tres positivos en los controles son por marihuana. En 2016, de las 60.942 pruebas de droga que se realizaron, 23.822 (un 39%) dieron positivo. Curiosamente (lo digo porque jamás lo hubiera imaginado), esta es una proporción muy superior a la que se registra en los test de alcoholemia, que el año pasado se situó en un 1,5%: de los 4,6 millones de pruebas que hicieron los funcionarios del instituto armado, 68.852 arrojaron un resultado positivo. En cuanto a esto, hay que especificar que si el control de alcohol da positivo, se inmoviliza al conductor y ya no se le hace el test de droga, por lo que el aumento en el porcentaje de consumo de drogas podría incluso aumentar todavía más.

Con los datos obtenidos correspondientes al año pasado, la DGT concluye que el alcohol está presente en un 4,5% de los accidentes y la droga en un escalofriante e insoportable 27%. Para finalizar, la DGT concluye que el perfil del fallecido mantiene una constante en los últimos años: suele ser varón (79%), de 45 a 54 años, con turismo viejo, en carreteras convencionales (75%), que se ha distraído (28%) o que acelera más de la cuenta (21%). Estos datos echan por tierra el mito que desde la DGT nos quieren vender desde hace años diciéndonos que el único problema que existe en los accidentes de tráfico es el del exceso de velocidad (que no es lo mismo que velocidad inapropiada), justificación que utilizan para colocar millones de radares por las autovías, mientras miles de drogatas y borrachos campan a sus anchas por las carreteras españolas.

Si en lugar de eso, aumentasen los efectivos de la Guardia Civil de Tráfico y los pusieran a dar vueltas por las carreteras en busca de malos conductores, la mortalidad descendería considerablemente. Aquellos que nos pasamos muchas horas en las carreteras sabemos de lo que hablamos. Un conductor en plenas condiciones a 140 kilómetros por hora en una autovía con un coche que pasa todas sus revisiones es muchísimo menos peligroso que un drogata a 60 kilómetros por hora en una carretera comarcal. Los datos, al menos, así lo señalan.

Así que, en lugar de derrochar tanto esfuerzo y tanto dinero en adoptar medidas de recaudación, tal vez debería gastarse en cazar al mal conductor, que no siempre es el que va a una velocidad apropiada aunque fuera del límite, sino también el que nunca señaliza con los intermitentes, el que habla por el móvil, el que envía mensajes por el móvil, el que se droga y coge el coche, el que se emborracha y coge el coche, el que no mira por los espejos retrovisores para adelantar, el que es lento de reflejos y de entendederas (no todo el mundo puede tener el carné de conducir), el que no sabe tomar las rotondas, el que no se pasa al carril izquierdo cuando alguien se incorpora en la autovía por el carril de aceleración o el que se toma cinco copas y dos porros y se cree el Hamilton de la nacional.

El coche es un arma de destrucción masiva. Mucho más, en las manos de un gilipollas. Está muy bien toda esa fanfarria de los derechos individuales, pero cuando una persona ha sido detenida en infinidad de ocasiones borracho o drogado al volante, sus derechos para conducir deberían ser eliminados. De lo contrario, los que no ejercieron esa decisión serán los culpables de todas sus posibles víctimas.