La izquierda española es, casi doscientos cincuenta años después de la Revolución Francesa, partidaria del Antiguo Régimen, los reinos, los mojones fronterizos, los fueros, las patrias contra la Patria, los privilegios y las diferencias craneales. Es decir, la izquierda española es, como en esta columna se ha afirmado muchas veces, hondamente reaccionaria, reaccionaria sin remedio, constitutivamente reaccionaria, carlista, pero sin arrojo.

Volvamos al siglo XVII, a la Europa de las guerras de religión, a los príncipes protestantes contra la unidad europea, al mundo fragmentado de un Occidente debilitado por sus eternas guerras civiles. La nación soberana de los ciudadanos, la que nace en Cádiz en 1812, la que viene a superar las diferencias territoriales e individuales para igualarnos en una única ley, ha muerto. La que venía, como ideal, a liberarnos de los caciques y los privilegios nobiliarios, a dotarnos de una lengua común que permitiera moverse, comerciar y convivir, la que venía a crear un mercado único para que todos pudiesen prosperar, la que creaba ejércitos para defender esas libertades fundamentales y no para combatirnos unos a otros, esa que fue el ideal siempre inalcanzado por los españoles, ha muerto. La izquierda española lo que quiere es volver a la España austracista, a la de Felipe II, sólo que con Pablito Iglesias en el trono de la Monarquía Hispánica. Y donde hubo una nación, la más vieja y obvia de Europa para cualquiera con ojos y no con 'preojos', hagamos cuatro o cinco o seis o no se sabe cuántas.

Esta semana, en el Congreso, ha vuelto a ponerse de manifiesto esta rareza española, la de una izquierda aliada de separatistas y neonazis, de xenófobos y racistas (que no es lo mismo, pero es igual, que cantaba el gran Silvio Rodríguez), cuando no todas esas cosas asumidas como propias. No hay otra izquierda en el mundo que sea partidaria de romper las naciones democráticas (las regidas por leyes y no por soberanías impuestas e ilegítimas) para regresar a la Edad Media. Para volver a un mundo en el que las diferencias de cuna, de territorio, de color, eran la ley. No se concibe que una fuerza de izquierdas, o un sindicato de trabajadores, como hacen también el PSC, la UGT y CC OO en Cataluña, puedan estar a favor de un régimen en el que se impide a los niños, a sus niños, estudiar en su lengua materna, cuando además son mayoría, como pasa allí, donde el 54% son de lengua materna española. O que puedan promover un sistema, como en la Comunidad Valenciana de Compromís (los aliados de Pauloman), por el que si estudias en valenciano te reconocen los estudios de inglés, y si lo haces en español, no.

En fin, uno puede pensar que el proyecto revolucionario pasa por destruir la España que hemos sido y fundarla de nuevo, por ellos, claro; y que para ese delito los separatistas son unos cómplices idóneos; pero ¿qué es lo que va a quedar después para refundar? ¿Quieren ser una nueva CEDA de izquierdas? ¿Creen, de verdad, que una vez que cada 'podemos' sea soberano van a poder reconstruir algo?

Lo grave es que ni siquiera saben cómo. Según referencias, hasta el mismísimo Pablo, supuesto conocedor de las ciencias políticas, confundía durante el pasado debate, lo que es un sistema de soberanías diferenciadas, la confederación, con lo que nació precisamente para acabar con ellas, la federación, en la que la soberanía es del conjunto, de la Nación.

Si España fuera federal, cretinos míos, tampoco podría haber un refrendo en una parte, Cataluña, sin contar con la Federación. A ver si volvéis a ver La guerra de las galaxias, donde explican que la Federación son los buenos, y los que no respetan la ley, los malos. No temáis: es una película para niños.